martes. 23.04.2024

Por J. Lavín Alonso

En una de sus viñetas, el humorista y dibujante Mingote presentó, no ha mucho, a dos quinceañeras sentadas en un banco de un parque. Una de ellas comenta a la otra: “yo no voy a estudiar porque pienso dedicarme a la política, donde lo único que se exige es ser aficionado”.

Así expresó el viñetista, con laconismo y mordacidad, la condición que es común a una buena parte de quienes en este país - y por lo que he podido colegir, en muchos otros también - se dedican a hacer carrera profesional de algo tan inconsistente y poco concreto como es la política, definida por alguien como el arte de lo posible. A ver como se come tamaña ambigüedad. Existe otra versión más prosaica, pero con un 99 por ciento de precisión: Es el arte de hacer creer que si sirve a los demás para en realidad servirse de ellos.

¿Nada de estudios? ¿Solo ser aficionado? Algo más haría falta, digo yo. Cierto es que hay políticos con bagaje académico, incluso algunos lo tienen en forma muy destacada. Pero también los hay, y no ciertamente en grado de escasez, que apenas ha logrado superar la formación elemental o el bachiller, y ahí están ellos, tan campantes y ejerciendo algunos en puestos de notable relevancia. Misterios de la cosa pública.

No obstante, con bagaje académico o careciendo de él, teniendo afición o no, también resultarían convenientes y meritorias algunas condiciones y actitudes personales para un, cuando, menos, adecuado ejercicio de dicha profesión, máxime si se quiere salir airoso de muchos de sus innúmeros avatares.

Resultaría conveniente tener criterios, o bien maleables como plastilina, o de una rigidez monolítica - llamada también persistencia en el error. Sirve también una buena predisposición lo mismo para un roto que para un descosido, así como unos escrúpulos más bien acomodaticios: También ayudaría bastante la posesión de unas tragaderas capaces de deglutir sapos o ruedas de molino, dependiendo del caso y las circunstancias, según convenga. Todo ello en cuanto a la actitud.

En lo tocante a la cualificación, tener estudios mejoraría el currículo, pero no es condición sine qua non, que anda por ahí cada indocumentado detentando cargos de relevancia que daría sustos al mismísimo miedo, hasta ponerlo blanco.

En lo personal, el aliño sería muy importante, por aquello de que el hábito no hace al monje, pero viste al caballero. El guardarropa del aspirante debería estar bien surtido de chaquetas, que nunca se sabe de fijo cuando hay que cambiar de ellas. Una vez logradas las aspiraciones y en franquía hacia la poltrona o el carguito - tal vez con coche oficial incluido - , convendría al aficionado disponer de un buen padrinazgo, preferiblemente aquel del sol que mas caliente, procurando mantener un perfil bajo, sin grandes estridencias, en espera del momento oportuno, que ya llegará, ya. ¿Y de las ideologías, que? Pues ná de ná. Eso es cosa de antiguos y de gentes que aun creen en avecillas embarazadas. Lo mejor sería fingir tener una, pero sin dar mucho la nota. Es mejor dejar que launa imagen inocua cale, tanto en el adversario como en la opinión pública.

Y en lo de hablar en público o a los medios, a menos que se fuese un cruce entre Demóstenes y Castelar y se dominase la retórica, calladito estaría mas mono el aspirante aficionado, que mas vale no abrir la boca en exceso y que la duda se sedimente entre el respetable, que abrirla a destiempo y que aquella se convierta en frustrante certeza.

El poder implica siempre soledad, pero resulta un arduo esfuerzo de voluntad resistirse a la lujuria del mismo y a su cautivador canto de sirena. Muy pocos lo consiguen. La carne es débil y la vanidad un pecado muy difícil de apaciguar. Y ese será, precisamente, su talón de Aquiles.

Convendría al aspirante aficionado cultivar un cierto aire entre amigable y distante, proclive al baño de multitudes pero guardando las distancias. Halagar a la burguesía capitalista sin perder de vista las bases obreristas. Juntos, pero no revueltos es la técnica de algunos ya consagrados. Hay que trabajarse el voto, pero con estilo. Caso de prosperar al aficionado, no le vendría mal, como medida de salvaguarda, agenciarse una o dos cabezas de turco sobre las que echar todo el marrón si las cosas viniesen mal dadas, que ocasiones de ello no le faltarán y es la práctica habitual en ese entorno.

Se aproxima un periodo electoral y es de suponer que algunos aficionados quieran probar fortuna en esas lides, por lo que no les vendría mal algo de lo anteriormente expuesto - eso, o meterse a Maquiavelo entre pecho y espalda - aunque, y lo expongo como simple constatación, no como juicio de valor, para politiquear en un país en el que una buena parte de él tiene por única divisa el “a por ellos, oé, oé”, tampoco hace falta ser un Cicerón o un Cánovas del Castillo, vamos.

Aficionados candidatos a la política
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