viernes. 29.03.2024

En un comentario que algún lector o lectora colgó en el foro de la edición digital de este mismo periódico lanzaroteño, justo debajo del artículo que publicábamos en esta tribuna de opinión bajo el concreto título de “Feminazis y consoladores”, se me sugería de forma tan masoquista como algo insensata que desarrollara en otra columna el por qué en ese “conflicto radical en una pareja hombre/mujer siempre termina con violencia del primero hacia la segunda”. La cita es textual, pero niego la mayor, para empezar. No estoy muy de acuerdo con esa supuesta verdad que enarbola el sufrido lector, sencillamente porque no es verdad, aunque nos lleve a pensar o creer lo contrario la diaria aparición en los medios de comunicación de mujeres maltratadas, cuando no asesinadas. Las estadísticas, mal manejadas o convenientemente maquilladas, engañan o mueven a engaño, como es triste fama. Que se lo digan, en caso de dudas, a los que hacen las encuestas sobre cuestiones relacionadas con el sexo, la política u otras guarrerías españolas (otro día les contaré lo que dice mi socióloga de guardia al respecto, y ella habla con sobrado conocimiento de causa). Cuando la violencia es física, es obvio que quien suele llevar todas las de perder es la mujer. Cuando es psíquica, que haberla hayla, el sexo fuerte -aquí y en Ye- es generalmente el femenino. Está escrito en el código genético, y eso va a misa. Mera cuestión ancestral de supervivencia. Cada cual usa sus armas. Y las armas de mujer, comparadas con las del hombre, es el Ejército de los gringos frente al de Pancho Villa.

Tampoco es cierto, guste o disguste reconocerlo, que una mayor “concienciación” contra la mal llamada violencia de género (pícamelo menudito, cristiano, que lo quiero para la cachimba), y la celebración de días internacionales y cuales contra el Machismo y los Malos Malísimos que son los Hombres, así como la tabarra mediática sobre el mismo asunto, contribuya al descenso de los casos de maltratos físicos contra el también mal llamado sexo débil. Sencillamente: no es verdad. O al menos no consta que lo sea. Titular del diario El Mundo del lunes de esta misma semana: “2007 lleva camino de batir la peor marca de violencia doméstica”. En España, las mujeres asesinadas en lo que llevamos andado de año ya son unas 70... si no ha aumentado la cifra a la precisa hora de redactar estas líneas. Unos datos que contrastan con la teórica “concienciación” de la población llevada a cabo en los últimos lustros por asociaciones femeninas, medios de comunicación y demás presuntos progres enrollados.

¿Cómo entender ese aparente contrasentido? Porque hay una mentira que nadie cuenta. Y que se parece mucho, por cierto, a la otra que se deja caer de que esto de la dichosa “concienciación”, o el otro pleonasmo horrible que se ha hecho frase de moda y repiten como loros tirios y troyanos, (“educar en valores” lo llaman los redundantes que ignoran que la educación es un valor por sí mismo), es algo que acaban de inventar, hace apenas unos años, cuatro presuntos progres y progras. Mientras vivamos en esa mentira, la única verdad nos la seguirán arrojando a la cara las frías cifras que no pueden ser maquilladas porque hablan de cadáveres sobre la mesa.

No es que no tengamos memoria histórica, sino que tenemos una amnesia literaria que asusta. Porque no se me dirá que el “Otelo: el moro de Venecia”, escrito allá por 1603 (ya ha llovido algo, aunque menos en Lanzarote), no contiene un discurso antimachista más potente, y desde luego mejor escrito, que los lugares comunes y demás frases hechas que hemos escuchado hasta el cansancio con motivo de la efeméride del pasado domingo:

“Mas yo creo que de tropiezos de esposa/ son culpables los maridos/; esto es, que con nosotras no cumplen/, y en cofres ajenos guardan tesoros que fueron nuestros/. O estallan, ridículos, con ataques de celos/, y nos encierran; o nos golpean/, y merman, por despecho, el estipendio debido/. Agallas tiene la mujer, y además de piedad/ conoce de venganzas. Sepan los hombres que también la esposa/ tiene sentidos: que puede ver y oler/, que paladar tiene, y que lo amargo lo distingue de lo dulce/, tal como hace el marido. ¿Qué es lo que hacen/ cuando nos cambian por otras? ¿Holgar?/ Bien está. ¿Holganza fruto del afecto?/ Está bien. ¿O es la flaqueza lo que les equivoca?/ Muy bien. Pues afectos tenemos, y deseos/ de holgar, como el hombre, y flaquezas, como los hombres/. De lo nuestro buen uso hagan, y que lo sepan/: que los vicios que aprendemos, los hombres nos los muestran”.

Más de cuatro siglos después, todavía nos estamos preguntando si quien escribió esos versos, un tal William Shakespeare, era hombre o mujer. Queda claro que la sensibilidad hacia la mujer no la inventó ZP, aunque algunos -y algunas- nos lo quieran vender así. ([email protected]).

Armas de mujer
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