viernes. 29.03.2024

No es la mejor ni la más original forma de despedir un informativo de televisión. Estoy de acuerdo, no es un gran hallazgo. Pero las conozco peores, como aquella horrible y mentirosa -por imposible- matraquilla “Así son las cosas y así se las hemos contado”, que repetía bobaliconamente el tal Buruaga, servidor del PP, y que luego imitaron tantísimos otros locutores/as o loros que no sabían lo que decían. Ah, el maldito “periolorismo”, la de disparates que engendra... y no digamos ya el otro imposible de la objetividad, ese cuento que cuentan en las universidades y que tanto daño hace a quienes se lo acaban creyendo.

¿Qué objetividad informativa cabe en tiempos de silencio, como en el franquismo o allá cuando la “caza de brujas” del paranoico senador gringo Joseph McCarthy? O te callas... o te mojas y asumes las consecuencias, tal que el protagonista de la historia real de la película que proyectaban la pasada semana en la Sala Buñuel de lo que va quedando de El Almacén, titulada igual que esta columnilla de hoy, “Buenas noches, y buena suerte”, y que se queda tan corta y tan en la simple anécdota de lo que fueron aquellos tiempos de perdición, como es triste fama.

La película casi orilla la figura del delator. Del delator afamado y del delatado célebre: actores y directores de cine de primerísima fila en ambas trincheras, que tampoco se citan en la cinta. Supongo o me malicio que todavía hoy resulta incómodo señalar con el dedo a los que señalaban a otros cuando la delación o el chivatazo acarreaban consecuencias muy graves, como dejar a “héroes nacionales” como el mismísimo y “valiente” John Wayne a los pies de los caballos, o hacer ver que fue Gary Cooper el que dejó “solos ante el peligro” a colegas suyos como Edgar G. Robinson, Humprey Bogart o Lauren Bacall.

Ilustres soplones como los dos ya citados fueron, con motivo de aquella iniciativa anticomunista que veía fantasmas por todas partes, nombres no menos conocidos como los actores Clark Gable, James Stewart, Robert Taylor, Ginger Rogers, Barbara Stanwyck, Ronald Reagan, o los directores Cecil B. De Mille, Victor Fleming, Frank Capra, Leo McCarey o Walt Disney. Sus chivatazos condenaron a unos a la cárcel, obligaron otros a huir a Europa, o llevaron al silencio artístico a no pocos. Les hablo de otros monstruos del cine como Orson Welles, John Huston, Dashiell Hammet, Fritz Lang o Charles Chaplin.

En España no fuimos del todo ajenos a delirios semejantes como los que generó aquel Comité de Actividades Antiamericanas. Hoy sabemos que escritores de enorme e indiscutible talla literaria como Camilo José Cela, Premio Nobel andando el tiempo, se prestaron gustosos y de mil amores a ser y ejercer de delatores de otros escritores no adeptos ni adictos al régimen que adelgazaba las libertades, allá cuando Panchito Franco hacía en Cataluña lo mismito que hacen ahora los nacionalistas catalanes del estatuto estulto: satanizar, perseguir o ningunear un idioma y a todos sus hablantes (ayer el catalán, hoy el castellano. Todo nacionalismo es lo mismo: intransigencia con el otro).

Ahora no hay censura ni caza de brujas. Pero está la dictadura de lo políticamente correcto, que tampoco es chica ni manca. Doy fe. Y los cuasi o semi monopolios periodísticos de don Jesús del Gran Poder mediático. ¿Quién se moja hoy en la televisión actual, aparte de las mojadísimas telemajas de la sonrisa puesta y el cerebro desconectado? Ahí esta la clave. Por cierto, ¿dónde está “La Clave”? ([email protected]).

Buenas noches, y buena suerte
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