sábado. 20.04.2024

Por José Trujillo

Más de un siglo después de su descubrimiento como concepto teórico, actualmente no hay país que ponga en duda que el cambio climático provocará graves consecuencias al planeta. Desafortunadamente, cosa bien distinta es que todos tengan la misma percepción de la gravedad del tema y, sobre todo, que estén dispuestos a adoptar las medidas necesarias para mitigar esas graves consecuencias. Por lo que sabemos hasta ahora, ni aquellos gobiernos que reconocen al cambio climático como la mayor amenaza para la humanidad, están dispuestos a poner en práctica todas las medidas posibles para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

Inevitablemente, antes o después, los hidrocarburos dejarán de proporcionarnos energía, pero la evidencia de las consecuencias del cambio climático nos obliga a cambiar el actual modelo energético, antes, y no después, de agotar las reservas conocidas de combustibles fósiles. Es evidente que el abandono de ese tipo de energía no se puede hacer de hoy para mañana, aunque la situación lo requiera, pero sí es imprescindible que hoy, mejor que mañana, tengamos definido ese modelo alternativo y se apueste de manera decidida y firme por él.

Después de los accidentes de Chernóbil (Ucrania 1986) y Tokaimura (Japón 1999), la energía nuclear perdió enteros para convertirse en referente del nuevo modelo energético. Las devastadoras consecuencias, sobre todo en el caso de Chernóbil, evidenciaron la peligrosidad de esta técnica y numerosos países decidieron el abandono de la energía nuclear. Aunque existe un amplio abanico de posibilidades de obtener energía sin emitir CO2, desde mi punto de vista, no todas deberían ser consideradas válidas para ese nuevo modelo energético.

En el último año, los grupos de presión vinculados a la energía nuclear han aprovechado la relevancia política, social y mediática del cambio climático para, en primera instancia, frenar el creciente desmantelamiento de las centrales nucleares que se está llevando a cabo en numerosos países y, posteriormente, conseguir que dicha energía ocupe el puesto de supremacía que actualmente tienen los combustibles fósiles en el modelo energético planetario. Entre tanto argumento interesado, quizá sea conveniente recordar algunas verdades sobre la energía nuclear de fisión.

Que no emita dióxido de carbono, no quiere decir que sea una energía limpia, como han afirmado voces interesadas. El problema de los residuos nucleares resultantes de la fisión -permanecen radioactivos durante decenas de miles de años- sigue siendo una asignatura pendiente. Los últimos estudios han evidenciado que los materiales utilizados para la construcción de los almacenamientos geológicos profundos son menos resistentes de lo que se estimaba, sin olvidar los problemas para la ubicación de los nuevos cementerios nucleares necesarios, que en el caso de España, tiene pinta de dilatarse más de lo aconsejable. Además, siguiendo con los residuos, está la contaminación producida por el vertido de desechos radioactivos de las plantas de reprocesado. Millones de litros de desechos radiactivos que están contaminando los mares y océanos cada día, en este caso, sin necesidad de accidente o catástrofe.

Esas voces interesadas, que ven a las energías renovables y limpias como su mayor competidor en el futuro, también han intentado hacer creer que la electricidad generada por energía nuclear tiene menor coste que la producida por las renovables, y que éstas sólo son viables económicamente por las subvenciones públicas que reciben. La realidad es que a día de hoy la energía nuclear es la que más subsidios públicos recibe. Los elevadísimos costes de tratamiento de los residuos, de la seguridad de la central y de los cementerios, así como parte de los seguros para caso de accidentes, son asumidos por la hacienda pública en la mayoría de los países. Y aunque las desafortunadas declaraciones de Fidalgo nos pudieran hacer pensar lo contrario, es la fuente energética que menos empleo genera por unidad de energía producida.

La estrategia de crear confusión ha llegado a tal nivel que me he sorprendido teniendo que aclararle a algún conocido que la nuclear, no es una energía renovable. Y éste es otro de sus puntos débiles. Además de que apostar por ella como energía de futuro no solucionaría el otro gran problema del modelo energético actual ( las guerras por los recursos), se estima que las reservas conocidas de uranio-235 fisionable sólo alcanzarían para unas pocas décadas más al actual ritmo de consumo.

Claro que no sólo voces interesadas defienden la energía nuclear. Ante la grave situación del calentamiento global, el prestigioso científico James Lovelock defiende la energía nuclear como única opción viable. El posicionamiento del padre de la teoría de Gaia se ha convertido en uno de los principales altavoces mediáticos en la pretendida estrategia de reabrir el debate sobre la energía nuclear. Aunque lo que defiende Lovelock no es exactamente lo mismo que defienden esas voces interesadas, ya que él considera que lo del cambio climático no tiene solución y apuesta por la nuclear para mantener el modo de vida urbano de los pocos humanos que sobrevivan (el 20 % de la población actual, según sus cálculos) en las ciudades del próximo siglo.

Si de lo que se trata es de defender la energía nuclear como alternativa inmediata a los combustibles fósiles, además del problemas de los residuos, hay que tener en cuenta que sería necesario, en un periodo de tiempo relativamente corto, multiplicar por ocho el número actual de reactores existentes en el planeta. Y aunque eso fuera posible, quedaría por solventar lo más difícil, la escasez de la materia prima.

Dado que el cambio del modelo energético se producirá, lo deseable es que ese futuro modelo esté basado en energías limpias y renovables. Las conocemos y son perfectamente viables. Pese a lo que se ha intentado hacer creer, la asignatura pendiente de la energía es más cuestión de voluntad que de tecnología y economía.

Cambio climático y energía nuclear
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