viernes. 29.03.2024
Jacobo Cáceres, voluntario de la Asociación Siembra, acaba de volver de Guatemala

“Creen que nosotros estamos tan avanzados que no necesitamos ni trabajar”

El cooperante lanzaroteño piensa que no sólo los jóvenes pueden vivir una experiencia así y le aconseja a todo el mundo que pruebe, aunque sean unos pocos días

“Te hacían preguntas muy raras como si nosotros trabajamos ya que se piensan que lo tenemos todo hecho”

“Yo vi que en el colegio tenían material para trabajar que había llegado de ayudas porque eso no lo podían conseguir pero hay otros casos que no se sabe”

“Si repito en la misma aldea, no iba a ser como la primera vez que llegas y de repente salen un montón de niños que se te agarran a las piernas y tú piensas de dónde salieron todos estos niños”

Jacobo Cáceres acaba de regresar de una aldea de Guatemala en la que ha trabajado como voluntario y no ve el momento de volver. Después de un mes compartiendo café, trabajo, música y anécdotas, asegura que quien vive una experiencia como la suya, repite. Quizá en una segunda ocasión, consiga convencerles de que aquí también necesitamos trabajar para comer.

-Después de tu experiencia en Guatemala, ¿te atreverías a decir que Europa es realmente el mundo civilizado?

-La verdad es que acabo de llegar y el cambio es muy grande. Sólo puedo decir que estoy encantado de haber estado allí y haber conocido a una gente maravillosa.

-¿Cómo surge la idea de cruzar el charco?

-Gracias a Siembra, que está trabajando en Lanzarote. Yo conocía a las chicas que están en la asociación y me comentaron que iban a ir y me preguntaron si me interesaba. Era algo que siempre había querido hacer aunque nunca había dado el paso, así que vi aquí la oportunidad. No tenía nada que perder porque no estaba haciendo mucho en la Isla y no es que me arrepienta, es que quiero volver.

-¿Cuáles son las primeras dudas o los primeros miedos que se te pasaron por la cabeza antes de tomar la decisión?

-Yo creo que es mejor no darle muchas vueltas porque la gente te habla mucho y te dicen muchas cosas negativas como que te vas a morir de hambre, que te van a robar o que lo vas a pasar mal. Lo que tienes que hacer es no dejarte llevar por todo eso porque te va a entrar el pánico y no vas a ir. Yo intenté no pensar en todo ello, aunque sí recogí todo lo que me contó la gente que ya había estado allí y que por regla general, hablaba de una forma positiva de la experiencia. Me dejé llevar y fue lo mejor que pude hacer.

-Supongo que también se dará la situación contraria, la de gente que ve la vida del voluntario como algo idílico y cuando llega allí se da cuenta de que las cosas no son tan bonitas como las pintan...

-Está claro que hay que ir mentalizado y sabiendo lo que te vas a encontrar. Nosotros hicimos unos cursos de preparación y sabíamos perfectamente a lo que nos enfrentábamos. Ya nos dijeron que allí las cosas no eran de color de rosa y que iba a ser duro, durmiendo como se pudiera, duchándonos en una pila y con la posibilidad de coger alguna enfermedad. Sí es verdad que hubo gente que no lo encajó bien pero seguro que si repiten, porque la mayoría repetimos, lo ven de forma distinta y disfrutan más.

-¿Qué fue lo que más te chocó cuando llegaste allí?

-El cambio es brutal y una cosa es contarlo y otra vivirlo. Hay que ver cómo se busca la vida la gente en la calle. Es como darle para atrás al tiempo e irte setenta años atrás. Allí todo el mundo te recibe muy bien y son muy cariñosos. Te hacen sentir bien desde el primer momento.

-¿Quién aporta más a quien, ellos a los voluntarios o viceversa?

-Ellos a nosotros y mucho más. Ellos están contentos de recibir gente porque como siempre son los mismos en el pueblo, están deseando que llegue alguien nuevo que les cuente cosas y que escuchen las suyas. Te sientas con ellos, te invitan a café y era encantador sentarse y simplemente escucharles y disfrutar de sus sonrisas.

-¿Qué les provocaba a ellos curiosidad sobre tu vida?

-Te hacían preguntas muy raras como si nosotros trabajamos ya que se piensan que lo tenemos todo hecho. También preguntaban mucho sobre nuestra comida o la cultura, cómo era nuestra rutina o si teníamos hijos porque allí es habitual que las chicas con 17 años ya tengan un par de niños. Teníamos que explicarles que nosotros nos casamos más tarde y que teníamos los hijos más tarde. Piensan que estamos superavanzados y que lo tenemos todo hecho.

-¿Cómo era un día allí?

-Se levantan muy temprano porque a las cinco y media ya hay luz. A esa hora ya había gente levantada haciendo fuego con leña o haciendo café. Luego nos repartíamos el trabajo. Las mujeres solían lavar la ropa y los hombres iban con el ganado o a cortar el café y nosotros nos íbamos repartiendo con ellos y unos días íbamos con unos y otros con otros. Es una pena que justo cuando yo llegué ya se había terminado la escuela y no pude hace actividades con los niños pero nos reuníamos con los tambores que yo había llevado e improvisábamos con la música o jugando al fútbol. Los hombres estaban en forma y había que verles cargando leña en la espalda, que ni se les veía de tanta madera que llevaban colgada del cuello. Yo intenté hacerlo una vez y estuve tres días con dolor de espalda.

-¿Entiendes que precisamente el año pasado, que fue el de los escándalos de Anesvad e Intervida, aumentara considerablemente el número de voluntarios en España?

-Es que hay muchas ONGs que funcionan muy bien y es una pena que se vean perjudicadas porque haya habido gente que se ha dedicado a quedarse con un dinero que no es suyo. Siembra es una asociación y nosotros siempre tenemos que aclararlo porque parece que las organizaciones no gubernamentales se han creado una especie de mala fama. Lo importante es que hay un montón de gente con ganas de colaborar en Guatemala o El Salvador que lo dejó todo por entregarse a esas comunidades. Siempre habrá gente que se quede con la mosca detrás de la oreja pero lo bueno es que las personas se informarán más.

-Por tu experiencia o la de gente que hayas conocido, ¿te da la impresión de que el dinero que se da a las ONGs llega realmente a quien tiene que llegar?

-Sí y no. Es un tema delicado. Yo vi que en el colegio tenían material para trabajar que había llegado de ayudas porque eso no lo podían conseguir pero hay otros casos que no se sabe. Sin embargo, yo creo que en la mayor parte de los casos el dinero se invierte bien y llega a donde tiene que llegar.

-Aunque hablas de volver, ¿es de momento una idea que está ahí o tienen ya algo concretado?

-Es que sales de allí tan querido y tan bien tratado, que se han portado contigo como con un hijo más, que si no vuelves es porque no lo viviste bien desde dentro. Aunque sólo estuvimos un mes en la aldea, me dio la sensación de que estuve toda la vida y dejé muy buenas amistades.

-¿Te gustaría repetir en la misma comunidad o probar un sitio diferente?

-Por una parte me gustaría repetir para volver a ver a toda la gente. Ya no iba a ser como la primera vez que llegas y de repente salen un montón de niños que se te agarran a las piernas y tú piensas de dónde salieron todos estos niños.

“Creen que nosotros estamos tan avanzados que no necesitamos ni trabajar”
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