jueves. 28.03.2024

Por Miguel Ángel de León

Correos me trae, corriendo pero sin matarse porque las prisas no suelen ser buenas consejeras para nadie, la atenta invitación que me hace llegar desde Madrid don Juan Fernández-Layos Rubio, presidente del Instituto de Cultura de la Fundación Mapfre, para la “inauguración de la exposición que se celebrará [que se celebró] el lunes, 22 de enero de 2007, a las 20 horas”. El artista a colgar en la sala de la Avenida General Perón de Madrid es André Lhote (en Lanzarote hay otros muchos presuntos artistas que también merecen ser colgados, a fe mía), pero a mí también me deja colgado Correos, que me entrega la atenta invitación el martes, 23, justo 24 horas después del día de autos. Y no es la primera vez, ni creo que sea la última, que me hace la mismita jugarreta.

Cierto es que no acostumbro a asistir (casi) nunca a los saraos teóricamente culturales, pero eso es asunto que me gusta decidir a mí mismo antes que esperar a ver si Correos me deja ir o no, que suele ser que no, como si uno les hubiera o hubiese quedado a deber algo. Y eso que debo ser de los pocos de la especie que todavía, pese a los correos electrónicos y lo que no está ni en los escritos, acostumbro a mandar y recibir cartas al modo y manera tradicional. A ver si va a ser precisamente eso lo que les molesta, porque les genera más trabajo...

Se lo digo y se lo advierto a la gente de Correos como lo siento: esas carreras y esas prisas no pueden ser buenas para la salud de las personas humanas (o físicas, como las llaman en Hacienda, que somos todos). Avisaditos están, pues. Y el que avisa no es traidor sino avisador, como mucho.

Tiempito atrás, por cierto, se dejó caer por aquí abajo el denominado director provincial de Correos, o nombrete similar, que vino a decirnos a los conejeros que el servicio (es un decir) de Correos funcionaba muy bien, por si no nos habíamos dado cuenta, de puro despistados que andamos a veces. El aplatanamiento insular es lo que tiene...

O sea, que a veces sí que llegan cartas. No todas ni en el tiempo mínimamente adecuado, de acuerdo, pero tampoco hay que ser excesivamente exigentes. Porque aquí es que la gente empieza a estar muy mal acostumbrada y se queja por nada, de puro vicio. El que no quiera que Correos le extravíe un envío o le demore una carta -un suponer-, que no la escriba... o que no espere recibirla, simplemente. Muerto el perro se acabó la rabia y se terminaron los ladridos. Razones.

No es que uno tenga mala opinión de Correos (de su servicio insular, se sobreentiende), aunque hace unos años me devolvieron una carta que yo mismo había enviado de San Bartolomé a Arrecife... allá por el año 1983, casualmente justo cuando la llegada del PSOE al poder. El hecho de que tardaran un ratito en devolvérmela (casi veinte años, que no es nada, como avisa el tango) se debió -quise creer- a que escribí mal la dirección (la mía, claro). Hay que tener mucho cuidado con el remite, que luego todo es arrimarle la culpa a Correos. Yo siempre he oído decir a los mayores que es muy fácil echarles la culpa de todo a los demás. Por eso digo que le sobraba razón, además de brillantina en el pelo, a aquel engominado director provincial: Correos sí funciona. Segurito que a él le sigue llegando con exquisita puntualidad su sueldazo, si no lo han destituido aún por inútil o por pasarse de gracioso, tanto monta. ([email protected]).

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