jueves. 28.03.2024

Andamos crecidos de falsedades. Nos desbordan. Hay mucho pregonero sin conciencia. También abundan los gobernantes mundanos, sin sabiduría alguna. Deberíamos aprender de nuestra propia historia y ser más honestos con nosotros mismos. Sólo así podrá reinar la calma dentro de nuestros espacios. En un mundo que desea liberarse del espectro de las inútiles batallas y de las hostilidades, la cohesión de acciones es fundamental, cuando menos para despertar en el espíritu humano esa búsqueda mundializada y constructiva, caracterizada por la ecuanimidad, la unión y la ayuda mutua. La actual hazaña del independentismo catalán, en la madre patria como suelen decir los hispanohablantes, es un claro testimonio de ese lenguaje repetitivo de mentiras, mezcladas con verdades mal intencionadas, que nos vienen amargando la existencia a todos los españoles. Está visto que la unión es lo que da consistencia; y, por ello, los gobiernos en lugar de generar problemas, han de solucionarlos. Están para eso, para gobernar con firmeza, pero también con mucho diálogo y flexibilidad, pero sin obviar la legalidad, pues con un poder absoluto cualquiera puede hacerlo, hasta los necios con su soberbia.

En España, de ninguna manera se puede apelar al derecho de autodeterminación como algunos pretenden, puesto que tenemos una constitución democrática, que consolida el Estado de Derecho, asegurando el imperio de la norma como expresión de la voluntad popular; normativa que es ley de leyes, y que no se nos olvide fue apoyada por el 91,09% de los votantes en el referéndum constitucional del 6 de diciembre de 1978. Un respeto, por tanto, a este sistema de convivencia que nos hemos dado entre todos, y que se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación Española, donde se garantiza el derecho a la autonomía de las diversas nacionalidades y regiones, así como la solidaridad entre todos. Por ende, pienso, que para modificarlo ha de requerir al menos una mayoría similar a la de entonces, que ahora no se da. El dicho de “España nos roba”, o que “la autonomía ha fracasado”, es más de lo mismo, la ficción interesada de algunos, con la incongruencia de que este país tiene una de las democracias más avanzadas, puesto que para nada es un Estado Autoritario, como lo certifican todas las instituciones internacionales.

En idéntico lenguaje de farsa se mueven otros discursos, como el pronunciado por el ministro de Asuntos Exteriores de la República Democrática Popular de Corea, en la Asamblea General de la ONU, al subrayar que sus armas nucleares tienen fines defensivos y que sólo se utilizarían como última opción. Los gobernantes de un bando y del otro, debieran saber que las crisis se resuelven de manera negociada, jamás con artefactos. Ya está bien de tantos ensayos nucleares, de tantas tinieblas vertidas que lo único que hacen es menospreciar vidas de seres humanos. Por consiguiente, es la hora de planificar diálogos, de fomentar entendimientos, en vez de barbaries. Sin duda, una de las condiciones esenciales para poder convivir unidos es el desarme. La irracionalidad de las contiendas no tienen sentido en un mundo que va avanzando hacia la solución pacífica de los conflictos. Se ha de procurar instaurar en todas partes del mundo el régimen del Estado de Derecho. Además, cuando se disgrega el tejido moral de un pueblo, de una ciudadanía, o de una nación, hay que temer cualquier cosa, pero nada bueno.

Tampoco podemos hacer silencio ante tantas políticas corruptas, discriminatorias, con la complicidad de muchos gobernantes. A veces, el mutismo es el peor disfraz. Pero, en fin, volviendo a los tristes muros de la patria mía, el pueblo español recibe a diario el espectáculo de la invención, expuesto hasta la saciedad por todos los canales y medios de comunicación, repleto de disimulos y más apariencias en escena chabacana, bajo guión de una clase política catalana, a mi juicio minoritaria y envuelta en mil mordidas corruptas, a la que hay que plantarle, sin miramiento alguno, el Estado de Derecho con toda su fuerza, si en verdad queremos la construcción de sociedades coherentes y congruentes con el espíritu democrático y los derechos humanos. Por otra parte, lograr el desarme nuclear a nivel mundial es uno de los objetivos más antiguos de las Naciones Unidas. Sin embargo, hoy en día, todavía existen unas 15 000 armas nucleares, a pesar de la creciente preocupación mundial relativa a las catastróficas consecuencias humanitarias del uso de tan solo un arma atómica, por no hablar de una guerra nuclear regional o global. En consecuencia, reniego, de esas gentes, subidas al pedestal del poder, no para servir sino para servirse de la ciudadanía, y que encima enmascaran el rostro del embuste para que parezca certeza, bajo este escenario de prisas y tumultos que padecemos. Pues al fin, y a pesar de tantas raciones de cinismo sembradas, nos cabe la esperanza. Pensemos que la verdad, antes o después, triunfa por sí misma. Las memorias nos descubren. Ojalá aprendamos la lección.

El momento de la tenebrosidad en escena
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