jueves. 25.04.2024

Por J. Lavín Alonso

Por razones laborales, e incluso después de jubilado, he tenido ocasión de viajar a diversas partes del mundo. Pero mucho antes de ello, durante la infancia y adolescencia, viajé hacia los más recónditos lugares del planeta. Es mas, añadiría que en forma mucho mas fascinante y agitada. Armado tan solo de mis propios ojos, una mente llena de curiosidad y de las páginas de un libro, o valiéndome del rayo de luz que emitía una maquina de proyección y la necesaria colaboración de la oscuridad de una sala, una gran pantalla y una butaca, las mas de las veces recia e incómoda, me aventuré en los lugares mas exóticos e impensados de la Tierra.

De esta guisa me adentré en las aventuras del último mohicano. Asimismo, recorrí a caballo las llanuras del lejano Oeste en compañía de Buffalo Bill, Winnetou y Old Shatterhand, entre otros. Dí la vuelta al mundo en el “Nautilus” del capitán Nemo y me enfrenté a los piratas de Malasia en compañía de Sandokán. Viajé a la Luna en una bala de cañón, acompañado por Miguel Ardan. Compartí con Kim sus arriesgados enfrentamientos contra agentes del zarismo en las estribaciones del Himalaya o el paso de Khyber, en lo que se llamó El Gran Juego...

De las inmensas soledades del Asia Central, tras Marco Polo, o quizás Miguel Strogoff, pasé a los hielos de la Antártida o a las frías cumbres de Machu Pichu, en pos del inca Atahualpa y sus fabulosos tesoros. Moré en los fastuosos salones de Shangri-la y en los acogedores iglús del gélido septentrión canadiense de Oliver Curwood. Navegué con el cruel capitan Bligh en la “Bounty” por medio mundo, hasta Tahití: Luego me uní al amotinado Fletcher Christian y le seguí a la isla de Ptcairn. También llevé a cabo muchas singladuras con el capitán Ahab en su desesperada y fatal búsqueda de Moby Dick.

Otras veces me aventuré en la fastuosa corte bagdadí de Harum al Raschid, donde tal vez me sentí fascinado, o soñé - quien sabe si mezclando realidad y fantasía - con las historias de Scherazade, contadas a los largo de muchas noches de perfumado embrujo oriental. Debió haber otros muchos viajes que ahora se escurren por las simas del olvido... la memoria ya no es la de antes. Pero, con todo y ello, no he renunciado a emprender, con cierta asiduidad, el tipo de viajes que me transporten a otros ámbitos y otros tiempos, a un coste aceptablemente bajo. Hay otras formas de viajar, pero son más caras. Es por eso que no renuncio a la presencia de unos de los mejores amigos de los que he disfrutado en mi peripecia vital: los libros.

El viaje interminable
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