jueves. 28.03.2024

Por J. Lavín Alonso

El lugar mítico que se suponía que tenía grandes reservas de oro y que fue buscado por los conquistadores e ingleses con gran empeño, atraídos por la idea de un lugar con calles pavimentadas de oro, en donde el preciado metal era algo tan común que se despreciaba. Estaba ubicado, según la leyenda, en algún lugar impreciso de la selva amazónica. Por extensión, es también sinónimo de lugar de gran bienestar y prosperidad material. Es muy poco probable que se tenga conocimiento de que quienes quieran mejorar sus condiciones de vida, siempre en países con el denominador común de escaso desarrollo y pobreza endémica, elijan como destino, como tierra de promisión, algunos de los actuales países en los que esté en vigor regímenes de corte social-marxista. Esto no es un juicio de valor, es la constatación pura y dura de una realidad que lleva tiempo instalada en lugares del llamado tercer mundo. En efecto, para no pocos habitantes del África subsahariana, Europa constituye un paraíso, una especie de Eldorado, la meta ansiada en la que lograr siquiera un nivel de vida que, por bajo que sea para los estándares de los países de destino, resulta incomparablemente superior al de sus lugares de origen. Lo dicho hasta aquí resulta también válido para algunos estados del Próximo – y no tan próximo – Oriente, o de Sudamérica.

¿Que conclusión se puede sacar de esta situación? Para mi resulta bien sencillo: se trata de buscar a toda costa algo que los lugares de origen no pueden, ni podrán a largo plazo, ofrecer, pero que si ofrecen las naciones en la que impera, en forma mas o menos desarrollada, el denostado capitalismo neoliberal, la economía de mercado en mayor o menor grado. Cierto es que el tal capitalismo tiene profundas contradicciones, de las cuales el propio Marx – Carlos, no Groucho – llegó a predecir serían la causa de su propia desintegración. De momento, parece ser que este vaticinio ha resultado por acertado; ha transcurrido siglo y medio desde el mismo y el capitalismo, con sus defectos y virtudes, y al igual que cierto y muy conocido whisky escocés, ”sigue tan campante”.

No obstante, conviene aquí alguna matización, que no es otra que hacer notar el hecho, históricamente constatable, de que si los países aludidos en párrafos anteriores sufren la situación de desorden, penuria y subdesarrollo que los tiene atenazados, ello ha sido, y es, por obra y gracia de un colonialismo salvaje y expoliador, que perduró en su mayoría hasta poco después de la II Guerra Mundial, y que aun perdura, en forma mas o menos solapada, en algunos de ellos.

En tiempos recientes, a estas circunstancias se han unido otros factores que tienden a agravar la situación, que no son otros que que la crisis que estalló en el mismísimo corazón financiero del Imperio. Su causa fue el resultado de una práctica financiera delicuencial, carente de control, estatal, por parte de unos oligopolios plutocráticos – harto conocidos a fuerza de salir en los papeles – totalmente entregados al tiburoneo de valores pecuniarios reconvertidos en los llamados “bonos basura” - junk bonds. Sus efectos han sido devastadores en no pocas economías, entre ellas la nuestra, seriamente afectada desde un principio y cuya realidad tangible no quiso ser admitida hasta que el mal estuvo bien instalado en nuestro tejido económico. Ello no fue óbice, añadiría, para que nuestros sectores de banca dejasen de seguir amasando ganancias astronómicas. Y es que, desde que fue inventado el dinero como elemento primordial en el intercambio de bienes y servicios, nadie ha vendido ni venderá los duros a tres pesetas. Eso aparte del hecho de tratarse del agente corruptor mas potente que existe.

La economía de mercado suele operar en sistemas democráticos liberales, caracterizados por el estado de derecho, sujeto – al menos en teoría – a leyes reguladoras y acciones judiciales expeditivas, prontas y aleccionadoras, cosa esta que, a veces, brilla por su ausencia. Cuando el capitalismo opera en sistemas cerrados y no liberales, las prácticas monopolísticas, mercantilistas, colusorias y corruptas no son imputables dicho sistema económico , sino al sistema político-institucional en el que se opera. En resumen, y a modo de colofón, a nadie que quiera salir de la miseria se le ocurriría emigrar a La Habana, Caracas, Pyongyang, Moscú, La Paz o Quito. ¿O si..?

En busca de Eldorado...
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