viernes. 29.03.2024

No voy a un concierto musical que se celebre en esta pobre islita rica sin gobierno conocido ni en broma, ni loco, ni borracho ni por una apuesta. Apuéstate lo que sea a que mantengo mi palabra mientras los organizadores de tamaños (des)conciertos sigan siendo los que casi siempre son: políticos u otros palanquines que se retroalimentan y se montan unos negocios de mediadores o medianeros. Ellos son los que cortan, parten y reparten el pastel que compran con el dinero de todos y acaban comiéndose ellos solitos. Ellos son los que obran el milagro de que las pocas veces que traen espectáculos de cierta calidad sólo acaben haciéndose con una entrada para los mismos sus amigos, parientes y demás adosados a la política-degradación conejera. ¿Qué te voy a contar que ya no sepas o intuyas, si aquí ya nos conocemos todos? Nada nuevo bajo el sol del nepotismo, el pasteleo o del más que vomitivo compadreo político-comercial. Más de lo mismo.

La última vez que me dejé caer por uno de esos desconcertantes conciertos, invariablemente mal organizados, fue cuando Joaquín Sabina actuó en la Ciudad Deportiva, allá cuando casi éramos chinijos, y eso porque desde la entonces flamante y ya desaparecida edición lanzaroteña de La Provincia se me sugirió escribir una columna de opinión al respecto. Lustros después, el de la paisana Rosana en Caleta Caballo, a principios de este siglo y milenio, no cuenta, porque en realidad no acudí a aquel concierto, sino que la celebración del mismo me agarró allí, mientras estaba a por uvas. Y después, nunca más. Más nunca. Si la política contamina todo lo que toca, nada les digo cuando el patoso mete sus torpes manos en asuntos culturales o musicales que siempre le han venido anchos. Todo son siempre chapuzas. La penúltima, la del concierto del tal Chayanne, o nombrete similar, al que no acudiría ni aunque me asegurasen de antemano y ante notario que le hace los coros el mismísimo Sinatra (padescanse).

Por lo que me cuentan, lo de este último artista hispanoamericano es lo que llaman productos hechos a medida para un concreto mercado. En este caso, el femenino, principalmente, que va desde las chinijas con los primeros picores al sur del ombligo a madres y abuelas todavía en danza infantiloide, que son legión, como es triste fama. En suma, un público poco exigente porque lo que menos le interesa es la calidad del sonido o la voz del presunto artista, si la hubiera o hubiese. Ya todos somos mayorcitos y no hay que dar mayores explicaciones. Pero están en su derecho, bonito fuera.

Me asegura alguna sufridora del “acto cultural” de marras que lo del cantante con nombre similar al de una tribu india americana fue otra tomadura de pelo (nunca mejor dicho en hablando de indios americanos): pésimo sonido, voz pregrabada en muchas de las canciones, y muchísimo menos público del esperado por los organizadores, que terminaron casi regalando las entradas o vendiéndolas por la mitad del precio que les había costado a los que también hicieron el indio (americano) porque las compraron los primeros pagando más que los últimos (aquí no tiene validez la famosa frase bíblica). “Igualito, igualito que la estafa del concierto de Paulina Rubio”, se lamenta la estafada muchacha con dudoso gusto musical.

Del tal Chayanne no sé nada, pero de leyendas cheyennes sí tengo leído mucho. Me quedo con estas últimas. Siempre aparecen en las mismas unas frases de una fuerza literaria que en pocas ocasiones han logrado igualar los más grandes o reconocidos escritores profesionales. Eso por no hablar del mensaje verdaderamente ecologista que suelen encerrar, que ya quisiera Adena para sí: “Pueden ir donde quieran, pero no pueden tocar la tierra. Si lo hacen, tendrán que quedarse hasta el amanecer del día siguiente y el sol podrá matarlos con sus rayos”. Eso por no citar la célebre carta del Jefe indio Seatle al presidente de los Estados Unidos: “Soy un piel roja y nada entiendo. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. Pero esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra”. [Que no se entere ni lo lea Perico porque se apropia de la sabia frase india y se la vende al Real Madrid como si se le hubiera o hubiese ocurrido a él, con los periodistas de testigos ágrafos haciendo nuevamente el indio] ([email protected]).

Engañadas como indias (chayanne)
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