miércoles. 24.04.2024

El viejo Freud se hincharía a sacar consecuencias elementales sobre el placer elemental que sienten algunos ciudadanos al introducir un voto en una urna, y el sabio Borges supo siempre que ese voto no decide nada, aunque es obvio el efecto placebo que ejerce sobre el votante ese ceremonial, que le hace creer que ha cumplido con su deber (que en puridad es sólo un derecho) de ciudadano y que con ello va a decidir algo en el futuro político de su comunidad, como si no fuera igual de cierto que el grueso de los pactos post-electorales ya están firmados de antemano, digan lo que digan las urnas y aunque ningún candidato te lo reconocerá en público porque queda muy feo y se descubriría todo el pastel del puto paripé, con perdón por la rima.

Si no tienes palabra ni sabes mantenerla no vales nada. Eres la negación de ti mismo. Dedícate entonces a la política. Vende humo, ahora que es buena época en estos tiempos tontos de plena campaña electoral, cuando se te quitan las ganas de salir a la calle, de escuchar la radio, de encender la televisión o de leer la prensa: allá donde vayas te encontrarás con el ruido de estos otros humo-ristas: vendedores de ese humo que siempre encuentra ingenuos compradores, pues siempre hay gente que vota. Pero no culpes nunca, ni loco ni hartito de vino, al que vota, aunque él te menosprecie a ti por no hacerlo. Es su forma de entender la democracia: mirar por encima del hombro al que se niega a comulgar con sus ruedas de molino. “Si haces como yo eres demócrata, si no, eres un apestado que no tienes derecho ni a opinar”, te repite el lince una y otra vez cargado de sinrazón. No se lo reproches. Tiene perfecto derecho a autoengañarse, a consolarse pensando que se soluciona algo votando a tirios o a troyanos (algún día entenderá que son la misma cosa, claro, pero ver esa evidencia les lleva a unos más tiempo que a otros). Él cree que las cosas cambiarán votando, aunque tampoco haya caído en la cuenta elemental de que lleva oyendo o repitiendo esa cantinela desde los albores democráticos y todo sigue igual… o peor. Mira el Caso Unión, por poner un mal ejemplo actual, o su hijuela de la Operación Jable: el sumario está repleto de gente que te ha pedido y que te volverá a pedir el voto, y que te tilda a ti, si osas abstenerte, de antisistema. Los ladrones dándoles lecciones de ética a los ciudadanos a los que han robado algo más que la ilusión democrática. Antisistema es el que se carga el sistema (democrático) desde dentro de las instituciones; antisistemas son los imputados por corrupción que van en las listas de prácticamente todos los partidos.

Obvia el insulto o el desprecio que te dirige, mirándote por encima del hombro, el votante crédulo o interesado. Acepta su decisión y su ilusión con verdadero espíritu democrático, aunque sea el mismo espíritu que tú entiendes que les falta a los fundamentalistas del voto: los que andan convencidos de ese dogma de fe de que la democracia empieza y termina retratándose ante la urna, como el parroquiano de misa diaria que cree que con acudir a la iglesia ya es mejor cristiano y mejor persona que el vecino que sólo va una vez a la semana, y no digamos el que no va nunca. Es muy humano darle más importancia de la que tiene al simple ritual. Lo llevamos en la sangre, desde que bailábamos en las cavernas alrededor de la urna (del fuego, quise decir). ¿Acaso te molesta ver al niño entretenido con su juguete? Déjalo estar en su cómoda inopia infantil. No perturbes su dormidera.

Deja que te llamen irresponsable ellos, los que votan lo que tenemos y creen que para cambiarlo hay que ir a votar (la pescadilla que se muerde la cola). Aunque ahora te maree, a ti de chinijo también te gustaba dar vueltas como un tolete en los caballitos (tiovivo, en peninsular). Las aficiones infantiles también pueden entretener a los mayores, a los que se tienen por adultos.

Ya sé que no te convence la prosa de Vicente Verdú (a mí tampoco, pues deploro el vomitivo “spanglish” como el que más), pero a veces escribe párrafos atinados, como el que firmó hace unos años en El País: “Bienvenida sea la grandiosa abstención andaluza del 63%. Cualquier representante íntegro abandonaría el cargo por falta de encargo nacional. Que mantengan sus puestos los revela como parásitos de la docilidad, la sumisión o la buena fe. Maldecidos y beneficiados por la indiferencia. Fantasmas burlones del sentido y la dignidad”.

Me consta que te fastidia el paternalismo con el que le hablan a los ciudadanos políticos y periodistas: “Vayan a votar” (mis niños, les falta añadir), voten por mí, voten por mi rival, o voten en blanco, pero vayan a votar”, tratando a su propio electorado como menor de edad, tratando al pueblo como ganado al que hay que guiar (los lobos trazándoles la ruta a las ovejas a las que van a devorar), hablando desde una autoridad moral que nadie les confirió jamás, aunque ellos anden convencidos de tenerla. Al menos a ti no te representan. A mí tampoco. ([email protected]).

¿Hay abstencionistas implicados en el Caso Unión?
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