miércoles. 24.04.2024

Por Serapio Manuel Rojas de León

Pues sí. Toda industria que se precie, tiene obligatoriamente que pagar la materia prima del producto, que luego de su transformación, se pone a la venta en el mercado.

Inalsa. Su materia prima es el agua salada. Agua de nuestro océano. No se la tiene que pagar a nadie. La aspira, la introduce en su potabilizadora y la convierte en agua para el consumo. Se sabe del coste de energía necesaria para la transformación de la misma y del personal necesario para que funcione. De la distribución para enviarla a los tanques correspondientes, de su empuje por la red de tuberías a la población, de la necesaria lectura de contadores para el cobro a los usuarios del líquido consumido, y de las avería lógicas que se pueden producir, es evidente que se sabe perfectamente la cantidad de operarios necesarios para estos menesteres. No hay que olvidarse del personal de una administración, que innegablemente, es imprescindible para el control de todo lo anteriormente descrito. No es, no puede, no debiera ser difícil, creemos, hacer todos esos números. Alguien se ha puesto a jugar con las cifras y la solución peor aconsejada lleva aparejada la subida de tarifas. Incongruente por cuanto que seremos los más pobres, como siempre, los perjudicados, los que cumpliremos puntualmente con la nueva tarificación que viene a corroborar que algo no anda debidamente. La filosofía del agua insular era la de facilitarla al menor coste posible, no a rescatar la más que rematadamente mala gestión que conlleva esta subida, insolidaria, injustificada, y avasalladora a unas gentes que no merecemos gestores tan irrazonablemente irresponsables. En determinada época se controló todo para que los conejeros dejáramos de observar el cielo teniendo garantizada el agua que nos permite la calidad de vida alcanzada. Se presumía orgullosos de ello. Las generaciones sufridas de sed pasarían a la historia como anecdóticas. Los sacrificados abridores de galerías en el risco de Famara para conseguir agua, tienen merecido homenaje al saberse conocedores de la creación y puesta en marcha de una empresa, que milagrosamente, a la salada la hace bebible. Era una responsabilidad, un compromiso, y un referente para quien tuviera la oportunidad de gestionar la empresa que a los conejeros nos permite la vida, dejándose la piel, en una isla de penuria sedienta hasta hace apenas pocos años, para que el agua fuera un negocio de nadie, un beneficio de todos, por cuyo superávit, impensable, se osaría meter la mano. La reinversión, la constante mejora y naturalmente garantizar la continuidad del servicio, serían constantes premisas de sus gestores. Ser gestor de Inalsa se convirtió en lo más grande que como conejero te pudiera pasar, por la importancia que para las gentes isleñas de este servicio público, que un día autoridades honestas, serias, y conocedoras del sufrimiento de la escasez del vital elemento, suponía para la isla, consumaron el proyecto inteligentemente. Gestionar bien la empresa y dejar en buen lugar a la misma para el relevo, era toda una competición que garantizaba la permanencia. ¿Y a qué otra cosa puede dedicarse una persona que tenga tan alto honor gestionando Inalsa? Lógicamente a no gestionarla. Eso no es digno. Es una vergüenza. Es indecente. Es no ser consecuente manipulando la labor de gestores responsables anteriores. Mal gestionarla te hará quedar en la historia como una persona rompedora de la esperanza, del buen hacer, desacreditadora de la buena fe y la confianza de un pueblo que no puede pensar que ese bien común asumido por todos, es traicionado ni más ni menos que por alguien originario del terruño que soportó la sed. Inconcebible, imperdonable. El fundamento básico de toda gestión es procurar el balance positivo o cuando menos compensado, y si te descubres cada día, claro está si estás yendo a gestionar, a trabajar, que no eres capaz de cumplir, no ya la expectativa ciudadana, sino tu propia expectativa, déjalo para que otra persona isleña trate de asegurar la permanencia de la más querida empresa de los conejeros. Entre todos soportaremos la subida no entendible, impuesta, para evitar el desenlace no deseado de su ruina porque no creemos que estemos dispuestos de nuevo a prescindir del potable líquido. Se demuestra claramente que el sacrificio vuelve a darse en el lado del pueblo, que no en el de sus representantes políticos, cuyo último plan de salvación se resume en no salvarla. Agua. Se trata de agua. ¿Es que nadie se acuerda lo que significa no tenerla? Pasar a la historia de esta tierra como la persona conseguidora del desastre, la ruina y la casi desaparición de la empresa, te garantizan el no olvido, pero menudo recuerdo, no ya para el resto de los mortales isleños, sino para las gentes de tu propia descendencia que llevarán el lastre de la más nefasta de las gestiones de nuestra empresa más respetada. ¡Qué necedad tan incomprensiblemente asumida, para no saber que a quien se beneficia, de tan negativa gestión, de tan desastrosa dedicación, no van a quedar bien entre las gentes de bien, ni el beneficiado, ni el beneficiador! Hacer los números y dirigir el rumbo, controlándolo, no es complicado si se quiere, si te dejan, o te impones. A veces es necesario un poquito de amor propio, de quererse a uno mismo, de valorarse algo y entonces hacernos respetar, pero cuando te has dejado avasallar, te han dirigido, y te has dejado presentar como un representante sin decisiones propias, sin ideas personadas y lo has consentido hasta el punto de presumir de tu propia incapacidad, mostrando encima sonrisas, que es reírse de los conejeros, es muy difícil recuperar lo anterior. Ahí no queda más remedio que recoger los bártulos para ponerse en casa a mejor cosa, cuando existen la vergüenza y el honor. Apelar a la conciencia de un mal gestor, que presumiblemente se hartará de risas, no deja de ser, si se quiere, un intento vano de recordarles las que sedientas deambularon por el suelo isleño. Es lo mejor que nos queda, qué menuda cosa, para intentar reconducir el canal acuífero conejero de tan insensatas actuales conciencias. ¿Se imaginan que Inalsa le tenga que pagar el agua que saca del mar a alguien? ¿Se imaginan que tuviera que competir con otras empresas que se dediquen a lo mismo? Hay quien asegura que esa deuda inexplicable, inexcusable, imposible, que tiene Inalsa, es porque el agua que extraemos al mar la está cobrando un proveedor, que evidentemente no tiene derechos de venta y que es ahí donde se crea el agujero para Endesa y para tantos y tantos otros que debieran tener garantizados los cobros de la empresa pública que no debiera ganar, si se quiere, pero desde luego no perder. En realidad, Inalsa actúa como si estuviera pagando la materia prima y parece que muchos tienen claro a quien es y cuanto cobra. El agua del mar, se supone, ya hay que dudar de todo, no nos cuesta nada y además la empresa no tiene competidores. ¿Quién explica cómo rayos el balance nos resulta negativo? Ya puestos; ¿A quién le pagaremos, quién nos cobrará el viento del futuro parque eólico?

Inalsa, ¿y si tuviera que pagar la materia prima?
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