viernes. 19.04.2024

Por J. Lavín Alonso

Es un islote en el Pacífico, llamado así antaño por su aridez de cenizas volcánicas y arenas negras que desafían todo intento de la naturaleza por dotarla del más elemental verdor. En las postrimerías de la II Mundial saltó a la primera plana de la prensa y los noticiarios mundiales por ser el asiento de terribles combates que tuvieron lugar en ella para su posesión. Su nombre es Iwo Jima.

El cineasta Clint Eastwood - Sin perdón, Mystic River o Million dollart baby -ha basado en dichos combates sus dos más recientes filmes, contemplando el mismo teatro de operaciones desde dos ópticas diferentes: la de los conquistadores y la de los conquistados. Me estoy refiriendo a Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima ambas estrenadas recientemente y muy interesantes para el público en general, pero más aun para quienes estén familiarizados con aquella cruenta etapa de la historia del siglo XX que fue la II Guerra Mundial; esta vez referida a los acontecimientos en el Pacífico.

En su conjunto, estás producciones constituyen un alegato antibelicista a dos bandas; y todo ello en medio de una parafernalia guerrera en su punto más álgido. No hay buenos ni malos, solo hombres integrados en dos bandos, que luchan entre sí, casi sin llegar a verse del todo, por un miserable pedazo de tierra calcinada, hostigándose mutuamente en una lucha terriblemente cruenta. Aquel islote significaba para los invasores un punto de apoyo para los cazas P-51 que servían de escolta a los B-29 en sus bombardeos sobre Japón - ya casi en las últimas - los cuales no tenían la suficiente autonomía para cubrir la ida de estos, desde la base de Tinián, en las Marianas, y el regreso a ella.

Para los japoneses significaba una defensa numantina, cuyo final presentían inmediato y terrible, dada la enorme superioridad de los atacantes. Solo tenían dos opciones, o morir en combate o la autoinmolación, de acuerdo con el rígido código de honor de ejército imperial y la vergüenza que implicaba caer prisioneros. De la dureza de la lucha da una idea el hecho de que de casi 21.000 defensores, solo sobrevivieron 216. Los norteamericanos lanzaron al ataque casi cien mil hombres, con 6821 bajas y veinte mil heridos.

Desde mi punto de vista, resulta curiosa, a la vez que cargada de cierta intencionalidad desmitificadora, la contraposición que hace Eastwood entre el tratamiento propagandístico llevado a cabo en aquellos días con la célebre fotográfica de los marines izando la bandera en la cumbre del Suribachi, el único montículo de Iwo Jima, con el fin de recaudar fondos para la guerra, y las emociones vividas por quienes sabían que iban a morir sin remedio y dedicaban sus postreros pensamientos a la familia y a la patria, los cuales plasmaron en una serie de cartas que fueron halladas muchos años después en alguna de las múltiples grutas o pasadizos con los que el mando nipón había fortificado el cono volcánico. De ahí los títulos: Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima.

Isla de Azufre
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