viernes. 19.04.2024

1.- Un amigo me trae, por haberlas citado yo aquí, dos Bulas de Cruzada de 1954. Mediante estos documentos, que valían desde una a diez pesetas, la Santa Iglesia Católica concedía indultos de la ley del ayuno y la abstinencia para todo el año. Siendo chico, recuerdo que mi abuela me mandaba a buscar las bulas a la iglesia de la Peña de Francia. El párroco cobraba y te entregaba el papel. Las que me trae mi amigo vienen firmadas por el cardenal Enrique Pla y Deniel , arzobispo de Toledo y primado de las Españas, además de comisario general apostólico de la Bula de Cruzada. Recuerdo a Pla y Deniel, un hombre bajito que dicen que no se bañaba nunca. Lo he leído en alguna parte. Los pobres estaban exentos de comprar la bula, que le reportaba a la Iglesia muchos beneficios. A cambio, el usuario podía desayunar, almorzar y cenar y comer carne todo el año, excepto los viernes de Cuaresma. Que ni chiquita pollabobada. Y después nos burlamos de los que se ponen a rezar mirando a La Meca. Si nosotros teníamos costumbres tan absurdas como ellos. Yo, los viernes de Cuaresma me mando adrede unos solomillos sabrosísimos porque opino que nada tiene que ver el culo con las témporas.

2.- Veo estos documentos, que primero eran unas sábanas y luego se fueron reduciendo a una cuartilla, y me traslado al pasado. La bula se compraba en el mes de julio seguramente, porque esta es la fecha de las que tengo delante de mí. Claro, esto a los lectores más jóvenes no les dirá nada, pero a los más talludos, sí, porque era general norma en las casas con ingresos suficientes para vivir sus residentes más o menos bien adquirir la papela para inflarse a carne mechada todos los viernes del año.

3.- Mi amigo Nicolás, desocupado lector, me ha traído estas dos bulas del cardenal primado de las Españas, que en esa época mandaba mucho. Yo tenía siete años y probablemente ya mi abuela me mandaba a comprarlas a la parroquia portuense, donde reinaban los dos Federicos. El serio y venerable canónigo don Federico Afonso y el atrabiliario Federiquillo Ríos , que confesaba a las mujeres a grito pelado, echándoles broncas; y yo me ponía al lado del confesionario, a oír los pecados que las feligresas le confiaban al cura. Algunas señoras de aquella época eran unas depravadas; y les ponían cuernos a sus maridos. Otras, unas santas. Y eso.

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La bula
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