viernes. 19.04.2024

Por Mare Cabrera

Érase una vez una preciosa casa ubicada al borde del mar del norte, antaño rodeada por invernaderos que unos extranjeros explotaban dando de paso trabajo a los locales. Pepinos, pimientos y demás hortalizas crecían al azote del mar. Serían fuertes esas verduras, pues soportaban los rigores del mar, las embestidas de las olas y la erosión silente del salitre, máscara astilladora de paredes y puertas, procurador de herrumbres y albeados.

La casa, en el sitio del Rincón, a un paso de Las Canteras, era amplia, abierta al mar, con grandes patios y pocas puertas. Las ventanas daban todas al azul, y es que no conviene tenerlo de espaldas y sí temerlo. Eran muchos los que se acercaban a pescar alrededor, y apoyados en las paredes de piedra evitaban el solajero y el viento. Antes estaba rodeada de chavolas, que poco a poco han ido desalojando y destruyendo. No se qué de una Ley de Costas que impide las edificaciones en plena orilla marina. Pero ella, la casa del pequeño risco, sobrevivió a las demoliciones, a las leyes y amenazas de Neptuno, que descarga con furia los días de otoño sobre ella, mojando sus patios y techos. Fíjense ustedes si estará cerca o no. Enriscada total

El otro día pasé por delante de ella. Sorprendida, observé que andaba revuelta, con coches aparcados donde antes plantaban pepinos, su patio delantero adornado con una figura a imitación de una palmera frondosa... pero brillante, iluminada, escandalosa y hortera, farolillos blancos relucientes, gente empaquetada entrando con cara de alegría...la casa estaba de fiesta. Y me extrañó, pensé que algún empresario la habría comprado para explotarla como lugar de copas. Iré algún día, me dije, debe ser curioso beberte un mojito mientras se te moja la cara con el romper de las olas. Y con esa idea me fui a casa, convencida de que había cambiado la casa de oficio y ahora albergaría a borrachos donde antes albergó a trabajadores de la tierra y pescadores. Pero no, mire usted por donde, no, ni empresario ni cadena hostelera ni pimientos en vinagre. Resulta que la casa del risco, en el Rincón, la ha comprado un famoso político ya entrado en años y controversias, muy irónico y exquisito él. La fiesta que supuse era de inauguración de un negocio se trataba de una simple reunión de amigos, donde el anfitrión, espléndido él, había sacado la artillería de bombillas y había llenado de luces el lugar. Será para compensar la falta que de ellas tienen sus habitantes. ¡Viva la ley de costas selectiva!

La casa que se riscó
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