jueves. 28.03.2024

Uno se levanta por la mañana con la ilusión de construir. Y uno, que tiene claro que el mundo está lleno de gente de todo tipo, sabe que hay otros que se levantan por la mañana para destruir. Los que construimos de momento vamos ganando la batalla, porque somos más currantes, pero los que destruyen, porque se juegan en la mayor parte de los casos su modo holgazán de cómoda supervivencia, no cejan en el empeño de cambiar la dinámica.

Me siento profundamente orgulloso de vivir en un país que se llama España, lleno de poderosos y hermosos contrastes que nos han convertido en una nación única en el mundo. Los que somos conscientes del regalo del que disfrutamos sabemos apreciar cada uno de esos contrastes y conocemos a la perfección la envidia que despertamos fuera de nuestras fronteras. Los que no aprecian lo que tenemos, son todos esos que ahora quieren que el regalo se rompa en mil pedazos como si de una vulgar piñata se tratara.

Creo sinceramente que la broma del independentismo está llegando demasiado lejos. Hay que conocer bien la historia de nuestro país para no caer en la tentación de dar como bueno ni uno solo de los argumentos que esgrimen aquellos que en realidad saben que España jamás les ha robado porque ellos también son España, que han utilizado un cuento chino que se lo han inyectado por vena a tres o cuatro generaciones con la única verdad de constituir un poder que perpetúe a esos mismos a los que les importa bien poco lo que les pasa al conjunto de los ciudadanos a los que representan.

La madre que parió a los catalanes es la misma madre que parió a los vascos, a los extremeños, a los gallegos o a los andaluces. Es una madre que tiene forma de piel del toro (un trocito menos en mi querida Canarias) que se erige orgulloso en muchos de sus campos y en no pocas de sus carreteras. Es una madre que alcanzó la mayoría de edad cuando dos visionarios con el apellido Católicos terminaron un durísimo proceso para recuperar lo que era suyo, de todos. Para los que lo han olvidado, en 1492 Isabel y Fernando, Fernando e Isabel (tanto monta) concluyeron con la toma de Granada eso que en la Cornisa Cantábrica les dio por llamar la Reconquista. Consiguieron expulsar a los árabes de la Península Ibérica después de más de siete siglos de implantación y de relativa convivencia, y unificaron todos los reinos dispersos (principalmente el de Castilla y el de Aragón) para crear la nación más poderosa que se ha conocido jamás, esa en la que en tiempos de su bisnieto Felipe jamás se ponía el sol.

Desde entonces hemos sido un país unido en el mestizaje, en el folclore, en la alegría, en el amor a la comida y a la fiesta… Hemos sido un país de enorme talento, con gente que hablaba distintas lenguas pero que se entendía en lo fundamental y que se respetaba.

Esa madre ha cumplido ya muchos años, y en lugar de venerarla como hacen en casi todos los países del mundo, algunos de sus hijos quieren matarla a disgustos.

Lo que está pasando con los nacionalistas catalanes no es más que el acto más egoísta jamás perpetrado por un hijo hacia su madre. Los catalanes que quieren la independencia son los hijos que se quieren ir de casa porque cuentan con una posición relativamente acomodada que les permite ser libres para abandonar el hogar. Y no lo hacen de cualquier manera, lo hacen cogiéndose un apartamento en la casa que ha construido la madre con muchísimo sacrificio y acusándola de haberle estado robando durante años lo que era suyo, sisándole parte de la paga que le correspondía. A ese hijo no le importa lo mucho que la madre ha hecho por él, los esfuerzos que realizó para explicar a sus otros hermanos que en un momento determinado le tenía que beneficiar para que pudiera sacar la carrera y situarse en un nivel en el que los otros, los hijos que se dedicaron al campo y no fueron a la universidad, no podrán estar jamás.

Estos catalanes del siglo XXI quieren además que la madre les financie su viaje hacia la libertad, que les dé el dinero que van a necesitar para amueblar el apartamento y para mantener al menos en los primeros años a todos los que quieran vivir dentro. No quieren hablar con la madre, porque les importa un carajo si sufre con su marcha, y quieren que quede claro a ojos del resto de los vecinos que con su esfuerzo y con sus recursos no van a seguir manteniendo a los holgazanes de sus hermanos.

Imagino que si te has molestado en leer hasta aquí habrás entendido por dónde voy. Efectivamente, es imposible que Cataluña se considere una parte independiente de nada, por la sencilla razón de que nada de lo que tiene lo ha conseguido sin el apoyo y el consentimiento del resto de Comunidades que conforman este país. La memoria selectiva que algunos utilizan se olvida de que la mano de obra que sirvió para hacer más grande a su industria se obtuvo de lugares como Extremadura o Andalucía, y que en diferentes etapas de nuestra historia se invirtieron las riquezas del Estado para que ciudades como Barcelona fueran lo que son hoy en día.

En todos los países del mundo hay zonas ricas y zonas que lo son menos, y siempre hay tentación de los que tienen más de querer desembarazarse de los que tienen menos. ¿En qué se parece por ejemplo el norte de Francia al sur, en qué se parece Milán y Nápoles en Italia? Lo que exigen los catalanes ahora es que la riqueza de un país no se redistribuya entre los más desarrollados y los que lo están menos, entre los industrializados y los no industrializados. Es tan absurdo como dar por bueno que en una Comunidad cualquiera se decida no invertir en servicios sociales para dedicar el dinero a hacer carreteras o a construir hospitales sólo para los sanos. ¿Para qué vamos a invertir en los discapacitados, en los mayores o en los enfermos crónicos si no aportan nada? Con mi dinero y mi sacrificio no, desde luego. Todos ellos, a la cámara de gas, porque realmente no sirven. ¿Te suena de algo? ¿Por qué voy a financiar con mis recursos el desarrollo de Comunidades como Extremadura donde lo único valioso que tienen es el jamón de pata negra?

Es tan medieval el concepto, tan abyecto, que llama poderosamente la atención que haya calado en gente inteligente la necesidad de creer que se puede conseguir algo bueno, lógico y medianamente solidario con la independencia de un territorio español como es Cataluña.

Porque, que nadie se engañe, no hemos sido precisamente el resto de los españoles los que les hemos robado. Los que les han robado, al menos es la pinta que tiene hasta que vayan cayendo las sentencias firmes, son los que han estado mangando el tres por ciento de todas las obras que se licitaban allí, empezando por la honorable familia Pujol. Y esto, como dijo Maragall en aquella sesión parlamentaria que muchos quieren borrar de la conciencia colectiva, era un secreto a voces. Es decir, que todo el conjunto de la sociedad catalana sabía que había un partido hegemónico que se llevaba una enorme mordida de todo lo que allí se hacía, y aún así, como ha sucedido en otros territorios donde había corruptos de otro signo político, les seguían votando. Es algo digno de estudio, un síndrome que seguramente no tiene todavía ni nombre. Siguiendo con mis ejemplos, es como la muchacha que tiene un novio que le chulea y la maltrata y no sólo no le deja sino que justifica todo lo que hace.

Ahora, los que defienden este independentismo absurdo e injustificado, prefieren marcharse con el chulo y dejar colgada a la madre que tanto cariño les ha dado y que tanto ha hecho por ellos. En fin, al final, llegará el final, y mucho me temo que no será el que barruntan aquellos que se olvidan de que a la madre todavía le quedan fuerzas para hacer que el hijo cambie de opinión y vuelva a la casa común con todos sus hermanos.

La madre que parió a los catalanes
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