jueves. 28.03.2024

Por Damián Peña

Resulta ya muy aburrido escuchar día tras día las mismas frases huecas de los políticos en cuanto a la necesidad de incorporar jóvenes a la actividad política. Cada cuatro años, en vísperas electorales, la misma cantinela. Cada cuatro años la misma retórica, las frases de siempre; que si la vida política se tiene que regenerar, que si hacen falta caras nuevas, etc..., y así por el estilo.

Ante tanta matraquilla se me ocurren algunas cosas: la juventud no es una virtud. No por ser joven se es automáticamente buena persona y, encima, capaz. No por ser joven y nuevo en política se está lleno de idealismo, de espíritu de servicio, de disposición de entrega. Se ven tantas cosas últimamente.

Hay que hacerse la pregunta por los motivos por los cuales cada vez más jóvenes, incluso aquellos que han militado en alguna formación política, optan por apartarse de los partidos, muchas veces asqueados de la vida interna-orgánica y de la tremenda hipocresía en ellos existente. Descubren que detrás de las frases bonitas, frecuentemente, no hay más que luchas de poder, reparto de puestos y estrategias para lograr esta o aquella prebenda.

La decepción suele ser grande cuando se dan cuenta que, la mayoría de las veces, ni se desea ni se valora su opinión, que sólo sirven para la foto de rigor; para que los líderes de turno se rodeen de la juventud afín: siempre queda bien para la imagen. Se dan cuenta que o se amoldan a lo que hay y se arriman al líder de turno o resultan apartados rápidamente.

Entre los que se amoldan y someten con facilidad, y evidencian unas actitudes "más papistas que el papa", están los hay que han "olido" poder. Es decir, aquellos que han descubierto la política como el método más fácil y rápido de buscarse la vida. No muestran una actitud discrepante o crítica con la versión oficial del partido ni por equivocación. Todo lo que hace la cúpula está bien. Hablar o defender principios o valores es para ellos un mero ejercicio de cara a la galería. En realidad lo único que persiguen es la posibilidad de colarse o colocarse aquí o allí, siempre de la mano del líder de turno. Apuestan al todo o nada ya que no tienen otra opción, no tienen una vida profesional al margen de la política. En consecuencia, son maestros de la intriga, de la estrategia, de cómo afiliar amigos y familiares para que luego les apoyen.

Son eso, pero son también pésimos gestores públicos, porque no tienen ningún tipo de formación ni capacitación. Ni tienen donde volver, y es por eso que tienen que tragar con todo. Hasta con las decisiones más disparatadas, más desacertadas y más bochornosas. Se convierten en "políticos profesionales", adoptando su lenguaje vacio, sus frases hechas, sus discursos sin contenido, sus poses televisivas.

Es realmente una pena que tan pocos jóvenes estén dispuestos a participar en la vida política, y le permitan de esta forma a los "jóvenes amaestrados" hacerse con las instituciones. La situación política actual es el fruto de esta falta de disposición de ese gran número de jóvenes preparados que en sus respectivas áreas están demostrando su capacidad y valía.

Necesitamos la participación activa e implicación temporal en política de todos estos jóvenes electricistas, mecánicos, administrativos, abogados, recepcionistas, agricultores, albañiles, economistas, maestros, comerciales, etc... Es decir, de todos estos jóvenes ciudadanos que interpreten y vean la actividad política como un servicio a la ciudadanía, limitado en su duración.

Lo que sobran son todos aquellos que "sin oficio ni beneficio" quieren hacer de la política su particular y rentable carrera profesional a costa de todos nosotros.

Para gestionar y defender los intereses públicos, es decir, lo que a todos nos afecta y atañe, necesitamos a los mejores, no a los peores.

La política y los jóvenes amaestrados
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