viernes. 29.03.2024

Víctor Corcoba Herrero

Me da miedo de esta sociedad enferma que no hace nada, o lo hace tarde y mal para cubrir el expediente y lavarse las manos. A los hechos me remito. El maltrato doméstico está a la orden del día. En cuanto a los niños ha crecido en España un 150% en los últimos cinco años. Ya no les digo nada lo que se ha disparado la violencia de género que hasta el Gobierno, alarmado, ha puesto en marcha Unidades específicas en todas las provincias para luchar contra esta lacra. Medidas que son más de lo mismo, puesto que el problema es otro, que parece no interesa reconocerlo o reconocerse. Lo verdaderamente repugnante, aparte de la falta de libertades y de la sensación de inseguridad jurídica que hoy día respiramos, es que se han arrancado de raíz valores naturales, con legislaciones contra natura, hasta degradar al ser humano a lo más ínfimo, al mundo de las cosas.

No se puede garantizar convivencia alguna en un ambiente injusto, creciente en desigualdades, donde el que tiene poder económico es el rey del mango. Cuando una sociedad enferma, porque ha perdido la conciencia humana, o sea el corazón de su razón de vida, todo se deshumaniza y se abre la veda a los hechos más barbaries. Lo nefasto es que sigamos en la confusión conceptual de convertir delitos en derechos, de propiciar dudas y cinismos, el miedo y la impotencia, inmadurez e infantilismo... A propósito, ya se tiene constancia de padres que dejándose llevar por modas llevan a sus hijas fuera de España para que las sometan a la mutilación genital femenina, quizás pensando en que la procreación es una limitación para la mujer.

En esta misma línea de paranoia, algunas agencias de viajes no dan abasto a la demanda de turismo sexual. Está visto que la sociedad está tan erotizada como errada. Esta realidad demuestra la frustración de un tiempo que es puro engaño. Desde luego, es un mal ejemplo para las generaciones futuras, este tipo degradante de comportamientos; donde lo que menos cuenta es preparar a los jóvenes para que aprendan a vivir una relación de pareja, lejos de toda confusión sexual o de aislamiento.

Cada día son más los que se sienten sin familia en esta sociedad confusa, a la que se le insta a probar todo tipo de sensaciones y a hacer todo tipo de locuras. En la base de estos fenómenos, contrarios al mismo ser humano, está muchas veces una corrupción de la idea y de la experiencia de la libertad, movida en orden a un falso bienestar que no llena. Por desgracia, el poder de destrucción humano navega a sus anchas, sin moralidad pública que le controle, con andar altanero y con un aluvión de desafíos. Una sociedad que parecía haber encontrado el camino del sosiego, vuelve a hallarse ahora dividida en la confusión y enfrentada en la estupidez. Hemos vuelto para atrás.

Y lo peor de todo ello, es que los aires continúan propicios a la desesperanza. Me niego a seguir disimulando mi preocupación y habrá que ponerse manos a la vida para el fortalecimiento. Para empezar voy a pedir una vacuna de prevención contra la descarada tendencia de las instituciones políticas a meterse en mi hogar. Pensaba yo que las decisiones de familia las tomaba la familia, -no es democrático este intervencionismo injustificado y asfixiante que a veces soportamos-; y que, en todo caso, los poderes públicos ya tenían bastante con asegurarnos su protección, como puede ser la libertad de enseñanza, la religiosa y tantos otros derechos... a los que, en ocasiones, se nos pretende dar gato por liebre. El pueblo no es tonto, lo advierto.

La sociedad enferma
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