jueves. 28.03.2024

Por Cándido Marquesán

Existe un colectivo de “profesionales”, que tiene una gran parte de responsabilidad de la crisis económica actual, a la que no se vislumbra salida alguna medianamente positiva para la gran mayoría de la sociedad. Me estoy refiriendo a los economistas. Entro directo. Si no supieron preverla es que son unos inútiles. Y si lo sabían y callaron, son unos canallas. A cual de ellas más vergonzosa. No obstante, me inclino personalmente por la segunda opción. Un ejemplo apabullante, ¿el gran Rodrigo Rato al frente del FMI con 1.200 economistas a sus órdenes, ninguno supo prever el diluvio que se avecinaba? ¡Anda ya! Lo que parece claro es que la mayoría de los economistas miraron hacia otro lado, por lo que son ampliamente recompensados, en unos momentos que el sector financiero acumulaba grandes beneficios. ¿Quién se atreve en una fiesta a apagar la música y llevarse el carrito de las bebidas?” Ni que decir tiene que siguen defendiendo las prácticas económicas neoliberales ya fracasadas, aun sabiendo que vamos hacia una auténtica catástrofe. Los economistas han perdido toda capacidad de imaginar el futuro, y solo saben insistir en los viejos dogmas ya fracasados: respetar los criterios de Maastricht, pagar las deudas y salvar a los bancos aunque sea a costa del sacrificio de la mayoría de los europeos. De ahí, que son unos canallas.

Un hecho ocurrido en noviembre de 2011 demuestra fehacientemente lo expuesto. Un grupo de estudiantes de economía de la Universidad de Harvard decidió retirarse en bloque de la cátedra de Introducción a la Economía, en protesta por el contenido y el enfoque sesgado desde el que se estaba impartiendo esta materia. Los universitarios en una carta dirigida al profesor y economista Gregory Mankiw, antiguo asesor del Presidente George W. Bush, justificaron el abandono de la clase por su parcialidad, al considerar que un estudio académico de esta disciplina debe mostrar las pros y los contras de las diferentes teorías económicas, las fuentes primarias y los artículos de revistas académicas, y al no ser así, no pueden acceder a aproximaciones económicas alternativas. Les pareció injustificable que se presenten las teorías económicas de Adam Smith como más importantes que, por ejemplo, la teoría keynesiana.

Fueron conscientes- como futuros graduados de Harvard que van a desempeñar un papel importante en las instituciones financieras y en la configuración de las políticas públicas mundiales- que si falla su Universidad a la hora de dotar a sus estudiantes con una comprensión amplia y crítica de la economía, sus acciones serán susceptibles de perjudicar el sistema financiero mundial, como ha ocurrido, en los últimos cinco años de crisis económica. Un reportaje de David Fernández nos proporciona datos demoledores de estas prácticas nefastas. Hubbard, uno de los protagonistas de Inside Job, decano de Columbia exjefe del consejo económico en la Administración de George W. Bush, cobró 100.000 dólares por testificar a favor de los gestores de los fondos de Bearn Stearn, acusados de fraude; realizó un informe para Goldman Sachs alabando los productos derivados y la cadena de titulización hipotecarias. Martín Feldstein, profesor de Economía en Harvard y asesor de Ronald Reagan, participó en el diseño de la desregulación financiera y fue consejero de AIG. Larry Summers, otro impulsor de la desregulación en el mercado de derivados, presidente de Harvard, ha ganado millones de dólares asesorando a hedge funds (fondos muy especulativos).

Según Ángel Cabrera, un español que dirige una escuela de negocios en EE UU, la prestigiosa Thunderbird (Arizona) "Toda la teoría de la eficiencia de los mercados pasó a ser religión, se llegó a la conclusión universal de que cualquier intervención era mala. Los centros han estado dando forma al sistema de valores de Wall Street, creando una "plataforma de legitimidad" para determinadas conductas”.

Antonio Baños Boncompaín ha escrito un sugerente libro Posteconomía. Hacia un capitalismo feudal. En cuanto al vocablo posteconomía, nos dice que la economía, como ciencia social, es incapaz de explicar la realidad que se le había asignado. Mucho Premio Nobel de esta disciplina no da una a derechas en sus previsiones. La “ciencia económica” debería tener la obligación de parecer científica, pero no tiene nada de ello. Un “economista” nos dice que mañana saldremos de la madre de todas las crisis, otro que la crisis aún no ha llegado y un tercero que ya no estamos en crisis. La economía ha dejado ser ciencia para convertirse en una religión con sus dogmas, rituales, sacerdotes, ritos, iglesias, etc.

La cuestión económica debemos dejarla en manos de expertos economistas, al estar muy lejos del entendimiento del hombre corriente, de lo que se encarga el lenguaje cada vez más arcano de la disciplina. La liturgia debe celebrarse en una lengua oscura, solo accesible a los iniciados. Para el resto, basta con la fe. Es el momento de la posteconomía, cuando la economía ya no es ciencia y se convierte sólo en una doctrina, cuando los economistas y su brazo armado (financieros y políticos) dictan sus instrucciones sin tomarse la molestia de justificarlas racionalmente. En cuanto Hacia el capitalismo feudal, defiende la tesis de que nos estamos dirigiendo inexorablemente hacia una nueva Edad Media, época del feudalismo, en la que la sociedad estaba dividida en tres estamentos: los bellatores (los que luchan, dominan y protegen), los oratores (los que rezan, transmiten el saber y aleccionan a la sociedad), y los laboratores (que se encargan del trabajo, de la producción, del sustento de todos). Hoy, los bellatores son ese 1% que detenta gran parte de la riqueza del mundo, el que manda, al que están subordinados los Estados; son las élites sobre todo financieras, que se reúnen en Davos o forman parte del club Bilderberg. Los políticos son sus mayordomos, que se limitan a ejecutar sus órdenes, por lo que son recompensados. Los oratores son los nuevos predicadores que han sabido construir un discurso para que la gran mayoría digiera la crisis. Usan una neolengua para paralizar toda crítica y toda contestación. La academia, antes se llamaba intelectualidad, tiene un nuevo papel en esta cosmovisión neofeudal -o si se quiere, neodeudal, la deuda es el mecanismo de dominio de la élite sobre la gran mayoría-: el respaldo obligado y leal de los bellatores, de los caballeros del dinero.

En los nuevos cenobios se cocinan los textos que conformarán el catecismo posteconómico: son los think tanks. En ellos, se elabora una doctrina fina y destilada para alcanzar un pensamiento ortodoxo. En la Edad Media los bellatores fundaban monasterios para que los monjes además de rezar por ellos, justificasen el statu quo, con el “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de Dios”. La gran obsesión de los oratores hoy es ingresar en un think tank. Ensalza, traga y disfrutarás de canonjías en congresos, conferencias, hoteles y canapés. Al intelectual crítico, calificado de iluso y desconectado de la realidad, se le cierran estas puertas.

En su libro La estrategia del malestar. El capitalismo, desde la caída del Muro hasta la crisis financiera José María Ridao cita el libro Los Perros guardianes del filósofo francés Paul Nizan, publicado en 1932. Nizan reprochó a los filósofos de su tiempo, por lo que había que colocarlos contra la pared, el que de tanto preocuparse por elucubraciones estrictamente filosóficas, se olvidaron de los problemas auténticos de los hombres: la guerra, el paro, la política, la explotación obrera, el colonialismo… Y esa despreocupación estaba propiciando el que millones de jóvenes europeos gracias a la propaganda eran arrojados a las garras de políticos iluminados. La cita al libro de Nizan está motivada porque la acusación hecha por este a los filósofos en los años 30, Ridao la extiende a muchos economistas actuales, por lo que también habría que ponerlos contra la pared, al haber traicionado la ciencia, de la que se autoproclaman ser expertos. Ridao termina el libro con estas contundentes palabras: “Son clérigos que celosos de los juicios de análisis destilados de su ciencia, se desentendieron de los crueles efectos de aplicarlos sobre los europeos, a quienes arrojaron sin que les temblase el pulso, soberbios en el baluarte inexpugnable de especulaciones teóricas y de estrategias para las que el sufrimiento humano había dejado de contar, al paro, la miseria, el miedo y la desesperanza”.

Acabo con las reflexiones de un economista, pero de los de verdad, que deberían tener en cuenta los oratores, esos perros guardianes, ya que nombrarlos economistas es un insulto a la economía. Keynes creyó siempre en las ideas, convencido de que se paga un alto precio por las falsas y que las adecuadas son las que ayudan a resolver los dos problemas acuciantes de su tiempo (y del nuestro), la pobreza y el paro. A fin de cuentas, la calidad de una teoría se plasma en la capacidad que tenga de dar alguna luz a los temas que importan de verdad, que inciden en el margen de libertad y nivel de vida que disfrutemos.

La traición de los economistas
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