sábado. 20.04.2024

Por Víctor Corcoba Herrero

Todavía sigue siendo cierto que los éxitos se los llevan constantemente los fuertes, mientras que la colección de fracasos está invariablemente del lado de los débiles. Para botón de muestra este paradigma. Se dice, se comenta, que los gobiernos de los países industrializados (poderosos) están saliendo ya de la crisis, pero deben estar tan ensimismados mirándose el propio ombligo de los afamados “brotes verdes”, que no parece ocuparles, ni preocuparles, el cumplimiento de sus compromisos financieros para ayudar a las naciones en desarrollo a superar la pobreza extrema y combatir el hambre. Hay que continuar luchando contra la pobreza más allá de las meras campañas publicitarias La evidente brecha creciente entre ricos y pobres en el planeta, pese al nuevo crecimiento que atisban los acaudalados de siempre, pone en entredicho la justicia social. Si el fruto de la conciencia solidaria estuviese maduro, la alimentación y el acceso al agua no se le negaría a ningún ser humano.

En este mundo bañado por la información, enganchado a la técnica como nunca, el pobre sigue excluido del circuito laboral, del económico y también del humano. Como ya sentenció el escritor García Márquez, adelantándose al tiempo, “el día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo”. Hay que cambiar de actitud y esto no es fácil. ¿Quién está dispuesto a poner su mente y su corazón en estas realidades, de abrirse a la auténtica solidaridad, de manera que todos nos sintamos responsables de todos? Por desgracia, estamos siendo testigos de la instauración de un mundo en el que la avaricia de unos poderosos continua dejando a los débiles en la otra orilla, en la de la desesperación. Ya me gustaría que las Orientaciones políticas para la próxima Comisión Europea, impresas por José Manuel Barroso, recién elegido por otros cinco años Presidente, pasaran del papel a la acción, situando a las personas en el centro de todas las agendas de los gobiernos del mundo. Sin duda alguna, para una Europa construida sobre ciertos valores, el reto moral de la pobreza tiene que ser un deber de justicia. Falta hace. La ayuda alimentaria mundial está en su nivel más bajo en los últimos veinte años, justamente cuando la cifra de hambrientos más ha crecido.

Ya está bien de que cuando los ricos hacen la guerra, sean los pobres los que mueren. O cuando una parte del mundo capitalista entra en crisis, sean los pobres los que paguen la factura. La advertencia lanzada por Josettte Sheeran, directora del Programa Mundial de Alimentos, de que “hemos visto en la historia que un mundo hambriento es peligroso, puesto que si la gente no tiene suficiente para comer, sólo pueden ocurrir tres cosas: rebeliones, migraciones o muertes”, debe hacernos reflexionar a todos con todos. El drama de la pobreza no son meras estadísticas, son personas. Por ello, cada ser humano, por ínfimo que sea su poder, puede y debe hacer algo para aliviar el hambre del mundo. Podría ser adoptar un estilo de vida y de consumo más responsable. Qué lección más precisa. Ya no digamos de los dirigentes políticos, de los hombres y mujeres con poder de Estado en un país industrializado o en vías de desarrollo, frenando la corrupción por ejemplo. Al final, lo más escandaloso que tiene el escándalo es que nos acostumbremos a convivir con la pobreza como si no fuera con nosotros.

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La vigencia del gran escándalo
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