jueves. 28.03.2024

La mundialización más que un proceso económico, tecnológico o de comunicación, también es una nueva mentalidad de conciencia unitaria, que no uniforme, lo que ha de comprometernos a ser tolerantes y solidarios. Sin embargo, cada día vemos más seres humanos con delirios de superioridad, dispuestos a desdibujar cualquier vínculo humano y a no escatimar momento para sembrar ideas perversas, de menosprecio hacia nuestro propio análogo. Personalmente no me gustan las ideologías y menos las que nos hacen perder hasta el sentido común. Pienso, además, que cuando una persona se hace sectaria es que ha perdido hasta su propia identidad. Ahí está la ideología de género poniendo en discusión interesada y absurda, en la mayoría de las veces, la complementariedad entre mujer y hombre. Evidentemente, no se trata de contraponer, ni de subordinar vida alguna, los seres humanos somos como somos, y todos hemos de tener igual dignidad.

Al parecer, la honestidad de la vida humana no estaba prevista en los planes de vida actual, porque hay tantos sistemas sociales, políticos y económicos, que en lugar de dignificar a la persona se valen de ella. Por desgracia, el miedo es muchas veces superior al nivel de la decencia. La concepción economicista de esta sociedad aborregada suele hacer prevalecer el beneficio egoísta más allá de los parámetros de la justicia social. Por tanto, cuidado con los doctrinarios, suelen ser gente ensuciada por la soberbia, poco transparente, y con modos dominantes en sus hechos. En consecuencia, partiendo de que los ideólogos suelen falsificarlo todo, debemos ser conscientes de que nuestros pensamientos se convierten en palabras, y como tales, han de nacer libremente, para que cuando se transformen en acciones, no tengan una actitud rígida, sino compasiva. Incumbe a todos, a cada uno de nosotros, aceptar nuestra interdependencia y, de esta manera, activar nuestras bondades, tanto las éticas como las estéticas, para tomar la orientación debida que nos permita cuando menos convivir a pesar de nuestras diferencias.

Naturalmente debemos permanecer siempre atentos a cualquier factor de intransigencia. Las ideologías extremistas, las tensiones comunitarias y la discriminación de las minorías, se han convertido en algo usual que soportamos con cierto aguante y resignación, obviando que detrás de todo ello se alberga un odio tremendo convertido en ideología, cuyo postulado cardinal es la tendencia humana a falsear la realidad en función de los intereses del grupo. Cualquiera que disienta pasa a ser un problema, pues va contra el dogma de la verdad categórica que proclama el ideólogo. Ciertamente, nos domina la mentira permanente, la inseguridad y la escasez de recursos dificultan hasta el mismo reparto de asistencia humanitaria. La estampa cruel, de que miles de emigrantes continúen siendo rescatados en el Mediterráneo camino de Europa, nos deja sin palabras, pero todos hacemos bien poco por evitarlo. Quizás el problema es que hoy, apenas nos dejan ver, ni tener tiempo para meditar. La reflexión no es incentivo del sistema.

Sin duda, malgastamos energías en cuestiones inútiles. Por otra parte, las ideologías están más preocupadas (y ocupadas) en defender su poder y sus privilegios que en interesarse por la ciudadanía. ¿Por qué hay aún gente que sigue pasando hambre, mientras otros derrochan recursos, sin importarle la carencia de otros? La mezquindad, el fanatismo, la ambición de poder son motivos que alientan el espíritu guerrero; alimentando, en ocasiones, una desvergonzada ideología que todo lo justifica a su antojo. Eso sí, se les reconoce a poco que ahondemos en sus hechos, que son unos auténticos especuladores, aunque para ello aviven los desencuentros, impulsen el terror, pero su corazón está tan corrupto que han perdido hasta la capacidad de sentir por los demás. Desde luego, no hay nada que desespere tanto a nuestras habitaciones interiores como verse no asistido en nuestros sentimientos. Al fin y al cabo, creo que nos deshonran tantas estupideces ideológicas, que aparte de atemorizarnos, nos dejan sin nervio, o lo que es lo mismo, sin espíritu. Y ya se sabe, un alma desorganizada y sin deseo de reencontrarse consigo misma; carga en su permanente tropiezo, también su propia condena.

Las ideologías atemorizan
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