viernes. 29.03.2024

El mundo necesita del estímulo de la juventud, de su entusiasmo por hacer cosas. Para alcanzar la paz hay que contar con las jóvenes mentes. Por consiguiente, debemos activar una formación para todos y una formación en valores humanos. Téngase en cuenta que lo que en la juventud se aprende, para bien o para mal, toda la vida dura. Es una idea Quevediana cargada de razón. Sin duda, el planeta tiene que apostar por una educación humanamente comprensiva, respetuosa con todas las culturas, puesto que más allá de los meros aprendizajes intelectuales se precisan otras sabidurías: conocerse uno mismo y aprender, en comunidad globalizada, a saber vivir. No en vano, multitud de chavales se encuentran perdidos, no se hallan, y toman caminos que a veces les lleva a la desesperación. Por desgracia, vivimos en un mundo de especialistas que dicen saberlo todo, que presumen de tener las ideas claras, ignorancia grande, pues el verdadero espíritu sabio siempre duda y reflexiona. Este planeta, desde luego, precisa con urgencia dejarse dominar por las libertades antes que por los poderosos, e invertir tiempo en dejar pensar, tolerando que cada uno goce de la felicidad que pueda, sin disminuir la placidez de los vecinos.

La juventud es el cambio del cambio, la esperanza que el mundo requiere, un estado de ánimo que los caminos de la vida demandan. Ha llegado el momento de examinarnos a corazón abierto, de vitorear su empuje y de analizar nuestra actitud. La estela trazada por el Secretario General de las Naciones Unidas, Ban ki-moon, motivado por el Año Internacional de la Juventud (Agosto 2010-2011), puede ayudarnos en el análisis: “Reconozcamos y celebremos todo lo que los jóvenes pueden hacer para construir un mundo más seguro y más justo y redoblemos nuestros esfuerzos por incluir a los jóvenes en las políticas, programas y procesos decisorios que benefician su futuro y el nuestro”. La energía joven no puede entrar en crisis. Jamás. Por desdicha, este momento de dificultades que vive el planeta se ha cebado con la savia de la lozanía. El desempleo mayor lo alcanzan los jóvenes. Han sido la presa fácil. Observemos que raramente se les atiende, a lo máximo se les oye; pero a ellos, sin embargo, el mundo de los adultos les pide que aprendan a escuchar atentamente. Insólitamente, la solidaridad hacia su problema, o problemas, también suele brillar por su ausencia, a pesar de que los adultos les insten a solidarizarse con los demás, a reconocer opiniones divergentes y a resolver conflictos unidos. Es cierto que pocas lecciones son más formativas que la de fomentar conciencia crítica, injertada al valor de los derechos humanos, pero de nada sirve predicar sin el ejemplo.

Mucha juventud vive en la pobreza. Es un hecho. Su aprendizaje no es otro que poder subsistir. Multitud de jóvenes deben recurrir a trabajos denigrantes y reciben un salario mínimo. Por otra parte, los mercados de trabajo cada día son más incapaces de absorber la riada de jóvenes con estudios. A los chavales se les sigue discriminado en las ofertas de trabajo, pidiéndoles una experiencia que no tienen, porque nunca han trabajado. Todo este cúmulo de incomprensiones acrecienta factores de riesgo, como es la desbordante delincuencia juvenil que soportan algunas ciudades del mundo. Bajo este panorama desolador, de un mundo que no protege realmente a los jóvenes, más bien lo hace de boquilla, resulta imperativo prestar más atención a este sector vital de la población. No olvidemos que el progreso de una sociedad se sustenta en todas las etapas de la vida y la juventud, la del divino tesoro que dijo el poeta, es una más. Los jóvenes deben estar presentes en todo cambio, en el cambio global y en la innovación, como activos en el desarrollo y también como agentes de paz. Si los excluimos, si su voz no cuenta, al final toda la sociedad perderá y todos seremos, de algún modo, pobres: míseros de comportamiento y víctimas frustrados.

Existen hoy formas de voluntariado, modelos de entrega generosa, de los cuales justamente nuestra sociedad tiene necesidad urgente. No es humano, por citar algunas estampas vivientes del mundo de hoy, abandonar a los ancianos en su soledad, pasar de largo ante los que sufren, mostrarse indiferente ante las injusticias, callar ante violaciones y violencias que se observan. Hay que volver a activar en el mundo las tareas de socorro, que los jóvenes vivan la asistencia humanitaria, de la que muchos ya son participes y valeroso testimonio para aquellos adultos vestidos de piedra por dentro y de glamour por fuera. Recuerdo a los jóvenes cooperantes, su madera humana y humanizadora, el compromiso de arriesgar su propia vida, y en ellos, sí que veo el futuro, el germen de la evolución hacia un mundo más ético y sensible. Me gusta esta juventud que a diario aprende a ser para los demás antes que para sí, que lucha y se sacrifica desinteresadamente, que camina ausente de egoísmos, que cultiva estilos de vida coherentes y saludables. Por el contrario, me entristece esa otra juventud que no se revela y toma iniciativas de participación, que permanece pasiva y no arranca acciones y opciones de cambio, que no exige aumentar el compromiso de los adultos hacia los jóvenes, que no se moviliza para sumar fuerzas juveniles, ni conecta ni establece lazos que mejoren la inclusión social en el mundo.

En cualquier caso, la acertadísima idea Quevediana de que “lo que en la juventud se aprende, toda la vida dura”, también debiera ponernos en movimiento a los que nos decimos experimentados. Siempre es bueno rectificar y hacer autocrítica por la parte de culpa que nos corresponde. Muchas veces hemos sido incapaces de incluir voces jóvenes y ellos son el motor social. En otras ocasiones, no hemos sido capaces de trasladar el merecido reconocimiento a su valor y valía, ni lo que en verdad nos engrandece llevar a la práctica los valores humanos. Considérese por siempre, pues, que es la juventud la que, recogiendo los ejemplos y las enseñanzas de los adultos, va a formar la sociedad del mañana.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

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8 de agosto de 2010

Lo que en la juventud se aprende, toda la vida dura
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