jueves. 28.03.2024

Queridos niños del planetario globo: Permitidme esta pública misiva, a los que sois los más importantes del orbe y la mejor esperanza de futuro, lo hago en este mes de noviembre, coincidiendo con vuestro Día Universal (20 de noviembre), porque espero que la humanidad, toda ella, reflexione y active un espacio más acorde para la infancia. Como vosotros, yo también lloro ante tantas injusticias vertidas, ante una grandeza que no se inclina ante vos, ante un ambiente que no os permite reír, ante este tormento que los adultos nos hemos inventado unos contra otros. Sabemos que, en cada suspiro de vuestra alma, se nos entrega un abecedario de interrogantes. Tenemos que dar respuestas a vuestros sufrimientos con urgencia. Necesitáis hogares donde espigue el amor, plazas por donde poder jugar a los sueños de la vida, caminos por donde fluya la paz y los gozos, atmósferas que entiendan vuestra inocencia en flor y no la comercialicen, espacios de concordia atractivos para vuestro crecimiento. Mañana será tarde. El tiempo no corre, vuela, se nos escapa de las manos, y en menos que lanzamos un aliento, al niño no le hemos dejado ser niño. Ciertamente, la infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir. No las trunquemos, que el cariño es para el chaval como el sol para las flores.

Se dice que este mundo está más cerca que nunca de acabar con la mortalidad infantil, puede que así sea, pero resulta que veo que cada día se mueren más niños por causas que se podrían evitar. Sin duda, ante estas espantosas realidades, deberíamos acudir en socorro de la infancia y de la niñez desatendida. Sólo hay que mirar y ver sus penurias. Sois numerosos los que nos miráis con cara triste, muy triste, y esa tristeza vuestra se me clava en las pupilas del alma, es tan fuerte vuestro dolor que percibo muy poca esperanza y cuantioso desconsuelo. Muchos de vosotros estáis condenados de por vida a este infierno adultero e irrespirable por su violencia, a malvivir y a morir de miedo cada noche, a ser escudos de la guerra y presa fácil para las atracciones del vicio. Esta mundializada sociedad habla mucho de los derechos de todos los niños, de todos los seres humanos menores de dieciocho años, pero la fuerza se nos va por la boca. La realidad es bien contraria a lo que se dice. En primer lugar, este planeta se ha vuelto insensible al tener poca consideración con las personas más indefensas. No pasamos de los buenos propósitos. Y esto sólo no sirve. Los niños apenas contáis en este mundo de conflictos, de odios insalvables y de venganzas. Apenas se os escucha, -ya lo notáis- , en asuntos que os afectan en primera persona, según edad y madurez.

Todo es callar, todo se reduce a no poder expresarse, a sufrir las atrocidades de los adultos. Comprendéis que un progenitor no es el que da la vida, eso sería demasiado cómodo, una madre y un padre es el que injerta un incondicional amor, a pesar de vuestras debilidades, que las tenéis como nosotros. Por desgracia, sois una riada los niños desamparados, de los que el mercado quiere adueñarse. Ahí está el tema de los niños robados. En otras ocasiones, cuando la familia se disgrega, el dolor se acrecienta. Parece que estáis siempre en medio de todo, y no lo estáis, sois víctimas de esta deshumanizada sociedad que nos devora, y que desgarra a los más indefensos. También formáis parte de las peores formas de trabajo infantil, de las más horrendas maneras de discriminación. Las estadísticas son bien claras. Siguen aumentando el número de niños que viven en la calle, que se quedan huérfanos de raíces, que no encuentra calor de hogar entre los suyos, ni protección social alguna.

Vosotros sois los más perjudicados por esta crisis de valores que nos inunda. Se os comercializa como si fuerais una mercancía sin corazón, sufrís las mayores explotaciones, y esta mundialización que debería ser totalmente incluyente y equitativa, todo lo contrario, se muestra fría a los gritos de sus inocentes. Considero, como vosotros, que hemos perdido energía en la atención y apoyo a tantos niños marginados, a los que hemos etiquetado como tales, y a los que no les permitimos levantar cabeza. Se han perdido tantas buenas intenciones con respecto al bienestar de los niños, que habría que tomar nuevas acciones en equipo para que resultaran eficaces, sabiendo que lo que se os dé, en un día no muy lejano, nos lo devolveréis a la sociedad con creces.

Evidentemente, la mejor manera para hacer buenos a los niños es hacerlos felices. Lo sabéis también vosotros que así es. Las familias, los tutores legales y las demás personas encargadas del cuidado de los chavales, deberían preguntarse si son felices, y si no lo son, deberían intentar al menos que lo fueran. El desarrollo de una vida sana va más allá de los servicios sociales básicos (tan importante como el pan son las caricias), lo mismo sucede con el acceso a una educación que va más allá de unos contenidos (tan importante como la instrucción son los referentes), o el acceso a una sanidad que también va más allá de unos simples cuidados (tan importante para la curación es el diagnóstico como el cariño que se ofrece). Por tanto, esa felicidad interior no va a depender de la posesión, sino de lo que representa para sus seres queridos, para la sociedad en su conjunto. Mientras os creáis perdidos, abandonados a un entorno de mendigos, difícilmente os vais a sentir amados. Ahí están las brutales estampas de millones de niños en continuo sufrimiento, intentando reponerse de situaciones especialmente complicadas de violencia doméstica o sexual, a los que habría que proteger con más mimo si cabe. El mundo cambiará el día que se cree conciencia con la infancia, con la fragilidad de su vida, para que cada vida que comienza a vivir, en su familia o en la sociedad, pueda desarrollarse en un clima gozoso y sereno (como referencia), no en vano el desarrollo de nuestras facultades es lo que nos da en parte la placidez.

Terminaré, pues, esta misiva al mejor amor, el de los niños, advirtiendo que para crear un mundo apropiado a los pequeños, que sois tan inocentes como vulnerables y dependientes, pero también curiosos, activos y llenos de vida, debemos asentar vuestro futuro, no nuestro futuro, en la armonía. No puede haber un objetivo más humano y noble que darle a cada niño el poder de sonreír, de sentirse querido y protegido. Y esto debiera ser prioridad de todas las naciones. Lo vocifero en vuestro nombre. Un pequeño gesto de un niño, una insignificante mueca, significa mucho, para mí es un auténtico motor vital. Por tanto, pongámonos los efectivos recursos necesarios, sin obviar los afectivos, para darle a cada niño el futuro de tranquilidad que se merece; y aplaudiremos con énfasis tan alta emoción. El triunfo será fácil constatarlo, se podrá evaluar con las existencias que se salven y las vidas que se mejoren. Con razón, todos los niños, reconocen a sus ascendientes o cuidadores, por la sonrisa vertida en su oído.

Misiva al mejor amor, el de los niños
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