miércoles. 24.04.2024

Por Miguel Ángel de León

De pocos goles se ha escrito tanto en tantas partes como del que le marcó el hoy irreconocible Maradona a Inglaterra (el que marcó con el pie, se sobreentiende, no el que se sacó de la mano) en aquel Mundial cuya celebración casi coincidió en el tiempo con el final de la guerra de las Malvinas. Pero nadie, ningún aficionado, entrenador o periodista dijo al respecto de aquel golazo logrado por el ex jugador del Barça nada tan brillante como lo que luego le contaría en el vestuario al propio Maradona el compañero que le dejó el balón todavía en su propio campo: “Si después del pase que te di no marcas (marcás, en argentino), era para matarte”.

Aquella frase era tan buena como el mejor gol de la historia... que desde hace unos días, por cierto, ya tiene su remedo en el logrado por otro futbolista del Barcelona, el también argentino Messi. Como el lector o el aficionado ya habrá visto ambos goles hasta el cansancio (miento: ver goles así no cansa), me ahorraré entrar en más detalles sobre los mismos. ¿Hay también alguna frase especialmente mordaz al respecto de este otro gol de antología que parece calcado o copiado del anterior? Sí, ya la hay. A tal gol tal honor. Y, aunque me duela reconocerlo, la pronunciaba un castizo aficionado del Real Madrid, según recogía este lunes David Gistau en el diario El Mundo: “Pues para mí que Messi arranca en fuera de juego...”.

Los machistas se malician que un comentario tan ingenioso o gracioso como el citado nunca lo va a entender ninguna mujer, porque no hay mujer sobre la tierra (a juicio del machista; yo no he dicho nada) que acabe entendiendo cabalmente qué diantre es exactamente un fuera de juego, así viva mil años, con prórroga añadida. Claro que tampoco hay hombre sobre el planeta que entienda a una... (mejor lo dejo aquí, para no meterme en uno de esos jardines de los que nunca sales sin algún arañazo/aruñazo).

En hablando de goles, que son amores y no buenas razones, se sabe que los buenos aficionados al fútbol prefieren ver un partido que termine con empate a cinco que otro que concluya empatado a cero, aunque el punto a repartir sea el mismo. Casi todos repudiamos (si no nos apellidamos Capello, por ejemplo) el maldito “cerocerismo” de la aburrida anorgasmia goleadora, que sólo se puede evitar con buenos jugadores y un entrenador valiente, que es especie esta última en claro peligro de extinción, como es triste fama.

El gol es la suerte suprema del fútbol, como la estocada lo es en el toreo. Sólo el gol transforma los estadios en auténticas masas corales. Es, de hecho, el monosílabo más estentóreo de todo el siglo XX y de lo que llevamos andado del XXI. Por eso la mayor gloria balompédica la acaparan invariablemente los atacantes, y los chinijos de todas las épocas hemos coleccionado siempre más estampitas de delanteros que de defensas. No es casualidad que las cuatro coronas futbolísticas que reconocen los expertos hayan ido a parar a las cabezas de cuatro reyes o monarcas del gol. Si encima alguno de esos goles llevan la firma, la forma, la fuerza, la finura, la finta y la filigrana futbolística de fueras de serie que no caen en el fuera de juego y fulminan al rival, fijo que hay figura. Figúrate: si marcas aquel gol de Maradona o este de Messi y pierdes el partido porque el rival ha logrado dos tantos (uno porque dio en el culo del árbitro y engañó al portero y otro porque tropezó en la espalda del defensa y se fue a portería), ¿a quién le importa esa dulce derrota? A Capello (con e intercalada, ojo, no con u). ([email protected]).

Mujer en fuera de juego
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