viernes. 19.04.2024

Por Andrés Chaves

1.- Uno de los momentos patéticos del escribidor de periódicos le llega, indefectiblemente, varias veces al año. Se trata de no tener nada que contar. Lo de escribir para ganarse la vida es un oficio, así que el maestro González-Ruano podía sacarse de la manga un artículo hablando del cateto que llegó a la ciudad a comprar un sujetador para su novia. Él estaba allí, en la tienda, recolectando lencería, vaya usted a saber para quién, y escribió un majestuoso relato en el ABC, que recorté, guardé y perdí. Yo no tengo ahora gana alguna de acudir a un comercio de sostenes, así que no podré imitar al ilustre cronista y relatar a ustedes las caras que ponen los maridos o novios que compran bragas a sus señoras esposas, o a sus queridas; así que ese tema no me vale para matar el tedio de hoy mismo.

2.- Sí me viene bien la braga, miren por dónde. Con el mismo tedio que hoy, transitaba por una carretera de Tenerife, sin tráfico alguno, hace tantos años que ni me acuerdo de cuántos, cuando me tropecé con unas bragas rotundas -por lo grandes-, perdidas en medio de la vía. Como no tenía nada que hacer, sino frenar, lo hice. Y escribí un artículo sobre el lance, por otra parte sin importancia. Con el periódico ya en máquinas fue retirado el texto, por consejo de la censura previa que yo creo que ejercía en la época don Antonio Marti. Aquellas bragas sirvieron para animar la redacción de La Tarde, periódico en el que yo trabajaba, durante semanas. Pero es que no había nada de qué escribir. Me pasó igual que a González-Ruano con el sujetador del cateto para las teticas de su novia.

3.- Hoy no están los tiempos para lanzar las bragas por la ventana, aunque hay vientos traicioneros que levantan las liñas de tender y convierten la ropa interior en prendas volanderas. Estos alisios son muy particulares, incluso para llevar y traer las crisis económicas y las emociones varias. Por otra parte, en el oficio del escribidor está también la capacidad para dar giros copernicanos a la literatura y componer un rectángulo lleno de letras a fuerza de agitar la olla de los recuerdos. Tengo siempre presentes los artículos que me han impactado, aunque el exceso de archivo que se guarda en casa no me anime a recortarlos y protocolizarlos, como hacen los notarios. Sí guardo los míos, desde hace unos cuantos años. Así al menos los que quieran recordarme, si es que existiera alguien, lo harían sin esfuerzo.

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Nada que contar
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