martes. 16.04.2024

El mundo necesita avances, no retrocesos. El pasado, pasado queda. A todos nos conviene convivir con el entusiasmo del futuro. A mi juicio, es bueno asombrarse y despojarse de tristezas. Nunca pensé que en la vida hubiera tanto desconsuelo. Tenemos que ser portadores de ánimo. Necesitamos abrir nuevos caminos para llegar al auténtico progreso. Hemos perdido tantas esperanzas que va a costarnos mucho ilusionarnos. Es hora de renovar fuerzas, de asumir compromisos y de celebrar la responsabilidad que cualquiera de nosotros hemos adquirido con nosotros mismos, por el hecho de vivir. La grandeza de una persona ha de medirse por el grado de cumplimiento de sus obligaciones. No por el poder, sino por actos de conciencia, lo que nos lleva a juzgarnos -como dijo Kant- a la luz de las leyes morales. Sin ética es imposible avanzar. Orientarse. Sólo una formación permanente del corazón y de la mente pueden realmente hacernos más felices, más sabios, más personas de bien.

Tenemos que buscar el intelecto, desde una hermenéutica sensata. La mediocridad todo lo confunde. No piensa en grande. No mira a lo lejos. Ya está bien de moverse en el terreno de las permanente luchas. La lucha política, la lucha de poder, la lucha financiera, la lucha entre diversas corrientes poderosas. La lucha. Siempre la lucha del ser humano contra sí mismo. Menos peleas y más actos de conciliación. Esto se consigue con una gran inteligencia y con un espíritu sensible. Poseemos demasiados corazones de piedra, sin escrúpulo alguno, en los pedestales del poder. Quien con monstruos combate mal acaba. Nuestro fin no son las batallas. Es reencontrar un camino de convivencia, convivir en la paz, asegurar la paz. Para eso tampoco hace falta fabricar más armas que nunca. Únicamente el impulso intelectual puede iluminarnos hacia una unión nueva, donde la llama de la comprensión tome fuerza de lengua materna. En cualquier caso, hemos de hacer de la sociedad, una sociedad del saber, no del embuste y la mentira como domina en la actualidad.

Ciertamente, las lenguas son instrumentos esenciales para ese avance. Uno tiene que entenderse, pero también tiene que ser tolerante para poder entrar en diálogo. Va a ser muy difícil avanzar en los razonamientos de algo si no nos mueve el deseo, la coherencia de vida y pensamiento, la ejemplaridad de acciones y reacciones. Es el ejercicio intelectual el que nos encamina hacia renovados horizontes. Estoy convencido de que precisamos ver más luces y tener menos ruidos, estar menos tristes y tener más sentido del humor, conducirnos y reconducirnos en el pensamiento, suscitar ese afán de superación sobre la base de la diversidad lingüística y el plurilingüismo. Por consiguiente, veo con satisfacción que celebremos el Día Internacional de la Lengua Materna (21 de febrero), cada vez con mayor reflexión. Evidentemente, en el arco iris de las lenguas, cada color tiene un acento, y todas las pronunciaciones nos invitan a la curiosidad erudita. Desde luego, sin ese afán de búsqueda es bastante complicado encontrar respuestas que nos insten a avanzar por el camino de la realización personal.

Tampoco podemos avanzar en solitario. Precisamos ser una piña ejemplarizante de humanidad. En una cultura del goce, en la que la masa ciudadana hace de los delitos, derechos, todo es posible. Cuando se ponen referentes que son pura mentira, y la complicidad toma raíces, hay que tener una capacidad de discernimiento muy profunda. Y cuando hasta determinado poder se emplea a fondo en cubrirle el rostro a la mentira para que parezca verdad, resulta imposible florecer en la autenticidad. Cuestión necesaria para avanzar en sinceridad. No olvidemos que quien es auténtico, toma la responsabilidad y la libertad de ser lo que es, y desde esa integridad es constructor de un verdadero desarrollo humano. Algo que, efectivamente, merece la pena.

¡No más retrocesos, no!
Comentarios