viernes. 19.04.2024

1.-Casi nunca he escrito del pelma, un señor apostado en la calle que te aborda para darte unos tremendos coñazos. Cree el pelma que a todo el mundo le interesa su problema. El pelma está generalmente jubilado y como tal es un observador de lo minúsculo: el cable desprendido de una farola, una cagada de perro en el pretil, una cornisa que se va a caer y que nunca se cae; esas cosas así. El pelma está al acecho y como sabe que andas en esto de los periódicos te elige como vehículo de propagación de sus matraquillas. Cuando un pelma te adopta, vas dado. Porque además el pelma no sólo no se muere nunca sino que cada día está más joven; así que como te haga suyo, te jodiste. El pelma tiene su versión femenina, casi siempre señora viuda y sin nada que hacer, que te suelta unos rollos de los que no te puedes librar. Porque, además, la pelma te agarra del brazo cada vez que intentas huir y se te echa encima. El pejiguera masculino casi siempre escupe al hablar y sus salivazos se te reparten por el cuerpo y más si usa dentadura postiza; así que cuando llegas a casa tienes que ducharte y cambiarte; y, acaso, mandar el traje al tinte.

2.-El pelma mantiene sus ámbitos de actuación; y como son varios, porque es nómada, tú te olvidas y te lo encuentras en distintos lugares. Yo siempre me encuentro a un pelma en la entrada principal de CajaCanarias. Además, cada vez que el pesado me para, aprovecha un pedigüeño que anda por los alrededores para abordarme. Pero no crean que se trata de un pedigüeño de un euro, no. Este es de 20 euros. Se cree el hombre que estamos en los años en que atábamos los perros con longaniza. Pues el otro día reuní al personal (al pelma y al pedigüeño) y los dejé a ambos con la palabra en la boca porque tenía la moto al lado, me monté y aceleré. Se quedaron con tres palmos de narices. Pues mejor; que aprovechen y hablen entre ellos.

3.-En fin, no crean que es fácil huir de esta gente, acostumbrada al atrapamiento. Tiene una extraña habilidad para no dejarte ir y, como eres educado, tampoco quieres marcharte abruptamente. Pero yo, con los años, he aprendido a que no se me ponga nada por delante. Y hago como el otro día, arranco la moto y me mando a mudar. Con el hambre que yo arrastraba y hablándome de si una cornisa de la calle de La Rosa estaba desprendida. Y a mí qué coño me importa. Y el otro, dale que dale con los 20 euros.

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Pelmas
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