sábado. 20.04.2024

Coincidiendo con los rumores sobre el posible, probable o presumible regreso a Lanzarote del Festival de Música Visual (terrible amenaza fantasma a la que ya le dedicamos aquí un artículo, semanas atrás), se confirma -ya no es sólo un rumor- la cantada y parece que definitiva suspensión de los Encuentros de Cine de Lanzarote, mal llamados o rebautizados como “screenings” o nombrete similar por parte de políticos papafritas y periodistas peligrosamente papanatas. No hay mal que por bien no venga, o a la inversa. Al contrario que el regreso del provechoso (para él) invento de don Ildefonso, decirle “más nunca, caballero” al otro chollo personal de los hermanos Ríos es una buena nueva para esta pobre islita rica sin gobierno conocido, se mire como se quiera mirar, excepto para los cuatro que hacían el negocio redondo y se embolsaban Ríos de euros a cuenta de ese cuento de inútil e imposible promoción turística. La única autopromoción era la de los de siempre. Total, que no todo iban a ser malas noticias en hablando de la cultura de los cretinos (algún día, cuando encuentre el tiempo que ahora me falta, habrá que dedicar un artículo enterito a esos impostores pseudoculturales o culturetas, que también en Lanzarote son legión, como es triste fama, y que ya se están mereciendo que se les señale con el mismo dedo de la mano que estos “artistas” sólo parecen utilizar para reclamar subvenciones a diestro y siniestro, con perdón por la frase hecha).

Con esa excusa de los Encuentros de Cine de Lanzarote (no existe cine de Lanzarote propiamente dicho, valgan verdades, pero sí hay mucha película: sólo hay que mirar la cartelera del Multicines Cabildo o de los Minicines Consistoriales), en su última edición -nunca mejor dicho lo de última- colocaron a la entrada de los multicines del Charco, en la escalerilla central y al modo cutre-californiano, una alfombra roja para recibir a las rutilantes megaestrellas del cine patrio, que es un elenco repleto de protagonistas de las infumables, catódicas y catatónicas teleseries españoñas que no tengo el (mal)gusto ni el tiempo de seguir (unos minutos bastan para aborrecerlas de por vida, doy fe) y de mendicantes directores sin rumbo ni timón, muy conocidos casi todos ellos en sus respectivas casas a la bendita hora de comer. Teniendo en cuenta que el cine español perdió el año pasado, por pesado, unos tres millones de espectadores (3.000.000, se escribe pronto y fácil), tengo para mí que hubiera o hubiese sido mucho más apropiado colocarle la alfombra roja de marras a los propios y temerarios espectadores que, a estas alturas del descrédito cinematográfico, todavía se dejan engatusar por el producto nacional. La idea la aporto gratis, y ni siquiera pido subvención oficial por ella, como sí hacen otros por sus ocurrencias artísticas (y yo soy astronauta en mi tiempo libre, por si no lo había contado).

Me consta que escribir todo esto es políticamente incorrecto en estos tiempos de perdición almodovariana, porque al momento la brigada “progre” del “ciudadanos y ciudadanas” te tacha de reaccionario para arriba. Es casi tanto como constatar en Lanzarote -un suponer- que los actuales carnavales son profundamente aburridos, repetitivos, previsibles y, esencialmente, insoportables (excepto para el turista no avisado, claro, que viene de novelero y se traga lo que le echen). Y de las mil y una romerías o ron-merías marianas, ni les cuento.

Sí, mucho cuento. Y mucha película... mala, para mi gusto. ([email protected]).

Perras “pal” cine, papá...
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