viernes. 29.03.2024

¿Por qué no hay gordos en la primera línea de Podemos? Qué pregunta más boba, habrás pensado antes de leer mi reflexión. Pues no lo es tanto, si te molestas en leer lo que me gustaría contarte.

Si te fijas, porque seguro que no te has fijado, en la primera línea de batalla de esta nueva organización política que viene a regenerar la vida de este país en proceso de descomposición no hay personas gordas, ni mínimamente gruesas. ¿Casualidad? Pues no, no es casualidad. Estos profesionales de la política no dan puntada sin hilo. Saben lo que hacen y cómo lo hacen.

La primera vez que me di cuenta de este tonto detalle fue al contemplar en la tele la presentación de lo que los medios afines definían como los trece barones de Podemos. En ese momento ya caí en la cuenta de que se había dado la extraña circunstancia de que no había ningún hombre o mujer sobrado de kilos. Luego, me puse a investigar (gran investigación la mía), y me sorprendí al comprobar que desde Pablo Iglesias a Errejón, pasando por Willy Toledo o Juan Carlos Monedero, son todos más flacos que el demonio.

Uno podría pensar que se da la circunstancia de que todos ellos son tan flacos porque son gente ordenada y moderna que vive la progresía hasta sus últimas consecuencias, comiendo muy sano (la mayoría son veganos, no prueban la carne de animales sacrificados por la derecha), haciendo todo tipo de deportes y desgastando muchas energías en el concienzudo análisis de la actualidad política. Todo con mucho estrés y mucho queme de calorías, lo que te deja en los huesos.

¿Quiere decir esto que el orondo Oriol Junqueras o el no menos orondo Andoni Ortúzar no dedican horas a la política y no sufren estrés? No, quiere decir que al líder de Esquerra Republicana de Cataluña y al recién reelegido presidente del Partido Nacionalista Vasco no les preocupa tanto su aspecto. Quiere decir que en sus formaciones no han pensado que el cabreado y cambiante electorado puede considerar que un político gordo es alguien que vive muy bien de la política y un político flaco es alguien que no se llena la panza a costillas del pueblo. Junqueras y Ortúzar seguramente tienen ese metabolismo puñetero con el que te comes un plato de garbanzos y te sale una lorza que no la bajas ni con seis horas de caminata en la cinta del gimnasio. Seguramente que ellos y otros políticos normales prefieren prestar más atención a otros asuntos que a lo que pueden pensar los electores de su aspecto. Eso era lo normal hasta que llegó la revolución, esta nueva e inquietante revolución.

Podemos es una organización política de pura mercadotecnia. Es un buen discurso con muchas patas. Han triunfado porque detrás tienen a personas tremendamente preparadas para una batalla que supieron ver y leer mucho mejor que los acomodados políticos de Partido Popular (PP) y Partido Socialista (PSOE), que estaban y siguen estando a por uvas. Por eso, y no es una coña baladí, estudiaron el detalle lo que significaría que algún gordo/a estuviera encabezando la rebelión y estuviera al frente de los carteles. Seguro que los hay por detrás, muchos, porque en una sociedad donde el sobrepeso era y es un problema es imposible que sólo haya flacos cabreados y de izquierdas. Pero no podían estar al frente, porque creyeron, tal vez con buen criterio a tenor de los datos, que resultaría cuestionable que en el frontis de la nueva revolución francesa surgida de la acampada de la Puerta del Sol de Madrid no estuvieran personas famélicas, esas a las que cualquier madre de bien de este país metería tres o cuatro platos de lentejas a cucharada limpia.

Por eso hay tantos flacos en la portada de Podemos, empezando por su líder. Seguro que a más de uno le cuesta mantener la hidalga figura. Pero el sacrificio vale la pena. No me extraña que la primera vez que fueron a comer Pedro Sánchez y Pablo Iglesias a un restaurante de postín el menú fuera dos ensaladas y un pescado a la plancha para compartir. Había que cuidar la figura, aunque luego estén todo el día con más hambre que Carpanta. ¿Se imagina alguien a un político de los setenta, ochenta o noventa yendo a comer a un restaurante y pidiendo semejante menú para gusanos de seda? Los del restaurante les habrían corrido a gorrazos.

Seguro que si te fijas en el lugar en el que estás leyendo esto, como es el caso de Canarias, te darás cuenta de que los candidatos, tus candidatos de Podemos, también son flacos. Piénsalo. ¿Conoces alguno gordo en la primera línea? Si es así, enhorabuena, son la excepción que confirma mi regla.

Con esta tonta reflexión sólo quiero poner de manifiesto lo mucho que esta gente se preocupa por el continente y lo poco que se preocupa por el contenido. Es una pena que la política de hoy en día sea eso.

Ahora, en términos de fiarse, uno que ya peina canas hace varios lustros se fía más de las personas con poco o mucho sobrepeso que de los flacos reflacos. Los gordos siempre están más cerca del concepto del bien y los flacos del mal. Esto lo sabían ya los pintores del Renacimiento cuando pintaban sus particulares ángeles y demonios. Y entre Pablo Iglesias y Felipe González, que está para echarlo a rodar, qué quieres que te diga, me quedo con el segundo.

¿Por qué no hay gordos en la primera línea de Podemos?
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