jueves. 28.03.2024

Por Isaac Castellano San Ginés

Francamente, aunque puedo entender la alegría de quien ha visto cumplidas o mejoradas sus expectativas y la tristeza de quienes no alcanzaron sus objetivos, creo que la gente puede estar cansada de ver como diferentes partidos se autoproclaman vencedores de unas elecciones, en este caso europeas, como si el objetivo de las mismas fuera alcanzar un voto más que el adversario.

Las elecciones constituyen el momento en que se da voz a la gente para decidir qué es lo que quiere y a quién da su confianza. El pueblo y lo que nos dice es lo verdaderamente relevante de este día.

Es cierto que la lectura de la expresión de los votos puede ser de lo más variopinta por parte de los diferentes partidos políticos, pero más les vale a todos interpretar las claves correctamente si verdaderamente quieren conectar con la sociedad.

Con toda la modestia que requiere la tarea, me gustaría aportar mi análisis, siendo consciente de que, por supuesto, será una lectura incompleta de una realidad compleja.

Aunque no por inesperado, lo primero que llama la atención de los comicios del pasado domingo es la baja participación. La ciudadanía no termina de ilusionarse con un proyecto europeo del que no se siente partícipe. Es muy sintomático que, siendo la Unión Europea un proyecto en construcción, pocos partidos hayan planteado las elecciones con propuestas para Europa, con la salvedad de los que apuestan por su disolución.

La unidad europea surgió como una idea para construir un espacio de paz después de una largo periodo de cruentos enfrentamientos. Este espacio se empezó a definir, en medio de una guerra fría, como una tercera vía alternativa a los modelos políticos que proponían las superpotencias hegemónicas. En Europa se podría disfrutar de libertades individuales sin renunciar a un sistema de protección social que proveyera a la ciudadanía de derechos que garantizaran la posibilidad de desarrollar un proyecto de vida.

Posiblemente la unidad de mercado se haya desarrollado más rápidamente que la unión política y hoy una parte de la ciudadanía entiende que son los intereses de ese mercado o, más concretamente, los intereses del gran capital, los que definen la agenda europea.

Lo cierto es que la Unión Europea no está ofreciendo una solución al gran problema de la creciente desigualdad que se está configurando como un elemento fuertemente descohesionador. Una parte importante de lo ocurrido ayer es una reacción ante unas políticas de austeridad que quiebran el modelo social europeo y que ha generado brechas entre el norte y el sur de Europa y en el interior de cada uno de los Estados.

Un reciente artículo de The Economist (“One dollar, one vote”) explica parte del crecimiento de la desigualdad como el efecto de un peligroso círculo vicioso en el que las instituciones, por la influencia de los grupos de presión, adoptan políticas que favorecen a las clases acomodadas que permiten a los ricos, a su vez, tener más dinero con el que seguir presionando a los políticos y así sucesivamente. El riesgo, señala el mismo artículo , es que una excesiva influencia de las clases acomodadas puede dar lugar a una reacción desmedida que lleve a los populistas al poder para poner en práctica políticas que no sólo perjudicarían al sector financiero sino a la economía en su conjunto. La irrupción de partidos emergentes por toda Europa, también en el Estado, podría explicarse por esta dinámica.

En el ámbito del Estado, aunque hay importantes excepciones, los grandes partidos y otros con tradición en gobiernos han sufrido un fuerte retroceso. Es cierto que gobernar en tiempos de crisis es complejo y desgasta, pero creo que eso sólo explica una parte de lo sucedido.

A la propia crisis económica se suma la injusticia con que se distribuye su carga, la forma en que es abordada la corrupción, la falta de diálogo social y los compromisos incumplidos que no han hecho más que incrementar la desafección política. Desgraciadamente, muchos partidos, con estructuras algo anquilosadas, no han sabido responder a estas realidades ni medir las consecuencias de haber generado unas expectativas posteriormente frustradas.

Los partidos políticos no pueden seguir funcionando como lo hacían hace una década. En el ámbito de la política también se puede producir un proceso de selección darwiniana en el que o los partidos se adaptan a la nueva realidad, en la que tienen que integrar a la ciudadanía en sus estructuras, o desaparecerán ante el surgimiento de nuevas formaciones que reconozcan las demandas de la sociedad. Sin esa adecuada integración difícilmente la gente observará a los partidos como valedores de sus intereses. El empoderamiento de la gente es irreversible y se equivocarán quienes lo vean como una amenaza en lugar de como una oportunidad.

No puedo evitar hacer un análisis específico con respeto a la formación cuya candidatura a las elecciones europeas apoyé. Es cierto que el sistema de circunscripción única no favorece a Coalición Canaria en absoluto, pues le obliga a concurrir a la elecciones con otras formaciones con las que no tiene por qué compartir todo su programa. De hecho, gran parte de la campaña de otros partidos consistió en denunciar que los votos de CC iban a parar a CiU y PNV. La realidad es que los nacionalistas catalanes y vascos no necesitan que les presten votos para obtener representación y que, muy probablemente, el PP contribuye más a su crecimiento que CC.

En cualquier caso, más allá de las dificultades de encontrar su propio espacio en estas elecciones, Coalición Canaria haría mal en buscar fuera todas las explicaciones a sus pobres resultados. Al final, los resultados electorales se explican por la confluencia de múltiples factores que pueden sumar o restar y que son más o menos controlables.

Entiendo que si Coalición Canaria quiere ofrecerse como una opción clara tiene que reflexionar sobre la necesidad de hablar menos de sus problemas y más de los de la gente. A veces, la actitudes personales quiebran la posibilidad de llevar a buen puerto un proyecto colectivo.

Estoy convencido de que Coalición Canaria presentó a un excelente candidato que, además, contagió de ilusión a la organización. Quizá faltó tiempo para transmitir esa ilusión al conjunto de la sociedad. Será necesario profundizar en un programa que conduzca a Canarias por la senda de un desarrollo sostenible que se adapte a sus necesidades y, por otro lado, adaptar la organización a unos tiempos en los que se requiere más transparencia y participación.

Hoy el futuro de una Unión Europea sembrada de escepticismo es incierto. Probablemente si uno examina el devenir de la historia se dará cuenta de que la estabilidad percibida es muchas veces una ficción, que todo cambia, y que lo mejor que podemos hacer es aceptar nuestra responsabilidad de elegir el camino que nos lleve a un futuro mejor. Para no andar perdidos nos toca visualizar el modelo de sociedad en el que queremos vivir y trazar la ruta para alcanzarlo.

Reflexión sobre el resultado de las elecciones europeas
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