viernes. 19.04.2024

Ya estamos en el antaño deseado durante los once meses anteriores. En el

Agosto de las Fiestas de San Ginés. Unas Fiestas no añoradas ya que no es

verdad el dicho popular de que todo tiempo pasado fue mejor, pero si con

una historia que conviene recordar.

No es posible reconstruir ni el ambiente ni los medios, ni siquiera la

mentalidad tan diferente a la actual. Sería absurdo intentar reconstruir

unas fiestas desarrolladas alrededor de un quiosco ya desaparecido, igual

que la entrañable Recova, por la falta de cultura histórica y un afán de

modernismo ridículo.

Los alrededores del quiosco, sólo durante dos o tres días, se poblaban de

ruletas, casa de curiel, ventorrillos de lonas y ramas de palmeras y de

pestilentes lámparas de carburo, rematadas con unas casi instantáneas

ruedas de fuegos artificiales.

Pero con un nuevo quiosco, que ya no tiene la sombra de don Juan y sus

bigotes blancos, ni la de doña Teodora con su reglamentario pañuelo negro;

que ya no huele a ron y a bronco vino del país, se podría escenificar,

aunque sea por un día, aquellas fiestas, no mejores, pero sí de

autenticidad histórica.

La construcción de unas ruletas como aquellas, con gallos y gatos de

blanca escayola, picos y crestas encarnados y rayas negras imitando

bigotes; ruletas que, se decía, que en los premios más sustanciosos, el

clavo estaba unos milímetros más a dentro para que el trozo de ballenas

arrancado de un viejo corsé, siguiera de largo o que el curiel, mezcla de

rata y conejo, estaba amaestrado o estimulado para que entrara por la

puerta que albergaba el premio de menos valor; unas cajas pintadas de azul

de la turronera; unas lámparas de carburo, que seguramente alguien

guardará como una reliquia y un ventorrillo de lonas y remos, enramados y

en el que la cuarterola de vino sería la reina, pudiera ser lo que hoy se

denomina un stand, yo diría escaparate, de cómo fueron aquellas casi

prehistóricas fiestas.

Si en esa incipiente escuela de carpinteros de ribera y calafateadores se

construyera una de aquellas airosas “lanchas costeras”, que con el tiempo

pasaría a engrosar el necesario Museo del Mar, con una regata desde los

puentes al maltratado Islote de la Fermina, de unos botes o barquillos a

remo y la cucaña con el palo ensebado, completaría el traer a nuestros

días lo que fueran las Fiestas de San Ginés, que no “Los Sangineles”.

Antonio Lorenzo Martín, Cronista Oficial de Arrecife

SAN GINÉS
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