viernes. 29.03.2024

Por INA

Fueron siete días, siete durante los cuales lo menos extraño que sucedió fue ver amanecer pero no así al sol, aún con todo salió temprano para desayunar, conducir y trabajar, y siempre con los ojos cerrados, de nada le servía abrirlos pues en la oscuridad nada podía ver. Sin embargo hizo cuanto tenía que hacer con absoluta naturalidad como cualquier otro día cuando la luz si le permitía ver a excepción de...

No pudo eliminar el frío dejado por la ausencia de esas tempranas y cálidas caricias.

No pudo borrar un recuerdo cercano, grabado por dos veces, uno en la razón y otro en el corazón que sería su sustento por el resto de sus días.

No pudo comprender por que el café de las cuatro era ahora amargo, quizá, pensó, el dulzor se lo diera la luz.

No pudo entender por que dadas las nueve recién miraba otra vez el reloj ya eran las diez, una hora se desvanecía frente a sí y nadie parecía darle importancia, a lo mejor sólo le ocurría a él.

No se percató hasta hoy que el puro placer de hablar se convertía en tedio cuando nadie parecía escucharle, calló.

No pudo seguir caminando porque no son más largos los caminos que parecen no tener fin sino los que se recorren en solitario.

No supo por qué pero al séptimo día acudió presto a rebuscar en su viejo baúl dónde guardaba los sueños, viejos y nuevos, encontrando uno -nuevo- que le devolvería la luz.

Siete
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