viernes. 19.04.2024

El resultado del referéndum en el Reino Unido, que ha provocado su salida de la Unión Europea, ha generado diversas reacciones. Para la gran mayoría de los analistas, los culpables, además de la irresponsabilidad de la clase política, han sido los nacionalismos y los populismos. Hay más razones. Si los británicos han votado lo que han votado, habrán tenido sus razones, ¿quiénes soy yo para cuestionarlas? Intuyo que los dirigentes de la UE todavía no se aperciben de su situación crítica. Su respuesta en lugar de más Europa, debería ser una Europa mejor. Y hoy Europa sufre un gran problema: sus dirigentes y la inteligencia europea, si todavía queda algo de ella, han perdido toda capacidad de imaginar el futuro, y solo saben insistir en los viejos dogmas ya fracasados: respetar los criterios de Maastricht, pagar las deudas y salvar a los bancos a expensas de los salarios, pensiones y servicios públicos. Estamos en manos de burócratas, que nos recuerdan El Castillo y El Proceso de Kafka y que se limitan a seguir a rajatabla a tecnócratas. La política ha desaparecido. ¿Dónde está el pensamiento creativo en el espacio europeo? ¿Dónde están los pensadores, poetas, artistas que inyecten visión e imaginación para el futuro de Europa? El pensamiento brilla por su ausencia. El conformismo y el dogmatismo son los aspectos dominantes del discurso político. No obstante, también los hay grandes pensadores, cuyas visiones de Europa, nos pueden proporcionar un resquicio de luz para salir de este túnel. Uno de ellos es George Steiner, que en un librito titulado La idea de Europa, producto de una extraordinaria conferencia en el Nexus Institute en Ámsterdam en 2004, expuso, a partir de cinco axiomas, la idea de que Europa es una unidad cultural con sentido y no una asociación arbitraria y azarosa de países.

Europa en primer lugar son sus cafés. Lugares para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y el cotilleo, para el poeta o el filósofo con su cuaderno. En el Milán de Stendhal, en la Venecia de Casanova, en el París de Baudelaire, el café albergó a la oposición política. Danton y Robespierre se reunieron por última vez en el Procope. Jaurés en 1914 fue asesinado en un café. En otro café de Génova escribe Lenin su tratado sobre empirocriticismo. Los bares americanos son otra cosa muy distinta, nadie escribe tratados políticos en ellos.

Europa ha sido y es paseada. Su cartografía tiene su origen en las capacidades de los pies humanos. Los europeos han caminado por sus mapas, de pueblo en pueblo. Hay cumbres, ciénagas, terrenos áridos, pero no son obstáculos insalvables. El paisaje ha sido moldeado y humanizado. La diferencia con USA es inmensa, con grandes extensiones, desiertos, bosques. A ojos americanos, las nubes europeas parecen domesticadas.

En Europa el pasado pesa mucho, mientras que en USA es el futuro. Las calles en las ciudades europeas llevan nombres de políticos, artistas, literatos, científicos, filósofos. En USA las calles se designan por números, por letras y a veces nombres de árboles y plantas. Europa es el lugar de la memoria. La cultura norteamericana está orientada hacia el futuro, por eso Henry Ford señaló que “la historia es una estupidez”.

Europa se ha formado a través de una doble herencia: Atenas y Jerusalén; o lo que es lo mismo, de la razón y de la fe, de la tradición que humanizó la vida, posibilitó la coexistencia social, trajo la democracia y la sociedad laica; y la que produjo los místicos, la espiritualidad y la santidad, y, también, la censura y el dogma, el fanatismo religioso, las cruzadas, las grandes matanzas justificadas en nombre de Dios y la verdad religiosa.

Y en quinto lugar Europa desde siempre ha albergado una autoconciencia de su posible desaparición, mucho antes del apocalíptico diagnóstico de Spengler en su obra La decadencia de Occidente. En el cristianismo existe la creencia en el Juicio Final. En Europa, a diferencia de otras civilizaciones, siempre ha intuido que un día se hundiría bajo el peso de sus conquistas, de su riqueza y de su compleja historia. Dos guerras mundiales y los recientes genocidios en los Balcanes “llevaron este presentimiento al paroxismo entre 1914 y 1945, de Madrid al Volga y del ártico a Sicilia, unos cien millones de seres humanos -niños, ancianos, mujeres- perecieron por obra de la guerra, las hambrunas, la deportación, las limpiezas étnicas y las "bestialidades indescriptibles de Auschwitz o el Gulag". Y a veces, como si no tuvieran bastante aquí, necesitan saciar esa capacidad destructiva fuera de sus fronteras. Jean Paul Sartre en el prólogo de Los condenados de la tierra de Frank Fanon afirma: Hace siglos... que en nombre de una pretendida aventura espiritual ahoga a casi toda la humanidad”.

Steiner se pregunta si este presentimiento podía hacerse realidad algún día, como consecuencia de dos peligros: “la reducción de la vida espiritual en Europa”, en razón de la americanización de sus costumbres —vaticinada por Weber—, y la posibilidad de que Europa olvide hoy como en otras ocasiones que en ella nacieron la filosofía y la idea de la razón. Por ende, “Los odios étnicos, los nacionalismos chovinistas, las reivindicaciones regionalistas han sido y siguen siendo la pesadilla de Europa”. La limpieza étnica y el intento de genocidio en los Balcanes, son una muestra de una peste que llega desde Irlanda del Norte a las rivalidades entre flamencos y valones.

Una idea olvidada en Europa
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