Nadie tiene el derecho de monopolizar el patriotismo
Es comprensible que políticos, medios y la sociedad estén ocupados y preocupados por una crisis territorial, probablemente la más grave en estos 40 años de democracia. Resulta sorprendente y lamentable que en nuestra democracia sea más rentable electoralmente el enfrentamiento que el diálogo, cuando este es precisamente la esencia de la democracia.
Si una parte de la población española se inclina más por el enfrentamiento que por el diálogo, quizá se deba a que la democracia no ha llegado a calar en profundidad en el sentir español. Mucho tendrá que trabajar la izquierda, representada por el gobierno de Pedro Sánchez y Podemos para convencer a la sociedad española de que el diálogo es el camino para encauzar un problema tan enquistado. Y tiene que hacerlo pronto y sin complejos para contrarrestar el relato contrario que la gran mayoría de los medios estatales y los partidos de PP, Cs y Vox, y también algunos barones del PSOE, están mostrando desde el inicio del Procés, que quieren apropiarse con carácter excluyente del patriotismo español. Como réplica a estos me parece oportuno recordar estas palabras de Manuel Azaña en el Congreso de los Diputados, pronunciadas el 6 de mayo de 1932 en su discurso de defensa del Estatuto de Cataluña.
“El patriotismo no es un código de doctrina; el patriotismo es una disposición del ánimo que nos impulsa, como quien cumple un deber, a sacrificarnos en aras del bien común; pero ningún problema político tiene escrita su solución en el código del patriotismo. Delante de un problema político, grave o no grave, pueden ofrecerse dos o más soluciones, y el patriotismo podrá impulsar y acuciar y poner en tensión nuestra capacidad para saber cuál es la solución más acertada; pero una lo será; las demás, no, y aún puede ocurrir que todas sean erróneas. Quiere esto decir, señores diputados, que nadie tiene el derecho de monopolizar el patriotismo, y que nadie tiene el derecho, en una polémica, de decir que su solución es mejor porque es la más patriótica; se necesita que, además de patriótica, sea acertada”.
Como señala Juan José López Burniol hay que ser realistas en los momentos actuales. El realismo lleva a reconocer que no existe una solución al conflicto, ni tampoco una posibilidad de victoria de unos frente a otros, salvo que su precio fuese tan alto que lo que a priori pudiera parecer una victoria, a posteriori fuese un fracaso integral.
Insisto. En una democracia hay que dialogar hasta la extenuación. El incipiente diálogo que se ha iniciado es imprescindible en la búsqueda de una salida democrática a un intrincado problema político en el que nos jugamos nuestro futuro como país y sociedad democrática. Intrincado por diferentes razones, algunas de ellas ya se han preocupado de que las olvidemos, como las expresadas por Pedro Sánchez en su discurso como candidato a la presidencia de gobierno en junio de 2015 “No es aceptable que dos gobiernos democráticos hayan vivido durante casi cuatro años de espaldas uno de otro, calculando los réditos del conflicto, sin comprender la ruina colectiva a la que nos llevan sus cálculos”.
Si gran parte de la sociedad española se inclina por la vía de la confrontación, tal como parece ha ocurrido en las últimas elecciones autonómicas en Andalucía, quizá se deba a unas reminiscencias del franquismo. El franquismo es hoy un espectro del pasado más o menos molesto, pero operativo. Una parte de la cultura política actual quizá tenga su origen, queramos o no, en esa tenebrosa época de nuestra historia. Y entre estas secuelas nocivas y muy difíciles de extirpar, al haber sido inoculadas en nuestras mentes, puede que siga todavía vigente la imposibilidad de cuestionar la unidad de la nación española y de admitir el carácter plurinacional del Estado español. Y se asume como un dogma que España es un Estado uninacional, un ente indisoluble, una Unidad de Destino en lo Universal. El filósofo Santiago Alba Rico en su artículo Retrocesos, repeticiones, restas, nos dice que él alguna vez para explicar las secuelas culturales del franquismo ha recurrido al historiador tunecino Ibn Khaldun, muerto en 1406, el cual en su Muqqadimah se pregunta: ¿Por qué Dios hizo vagar 40 años a los hebreos por el desierto? Khaldun contesta que fueron necesarios 40 años, toda una generación, para borrar el recuerdo de la esclavitud. En el caso de España fueron necesarios 40 años de Franco para olvidar el recuerdo de la libertad. España entró en la UE y se sumergió en el consumismo con muy poca memoria, y 40 años después de la muerte del dictador, no conserva ninguna raíz con el pasado. Y un país sin memoria es un país a merced del viento, en el que puede ocurrir cualquier cosa, lo cual es gravísimo a la hora de construir una democracia firme y consolidada.
Termino con una lección de Historia de España. Está sacada de La Velada de Benicarló, de Manuel Azaña, escrita en 1937, la obra de pensamiento político más importante del siglo XX en España y que debería ser de lectura obligada en los Institutos de Secundaria. Es un breve fragmento. Recomiendo reflexionar en la frase que está señalada en negrita.
Morales (Azaña como escritor): La sociedad española busca, hace más de cien años, un asentamiento firme. No lo encuentra. No sabe construirlo. La expresión política de este desbarajuste se halla en los golpes de Estado, pronunciamientos, dictaduras, guerras civiles, destronamientos, restauraciones de nuestro siglo XIX. La guerra presente, en lo que tiene de conflicto interno español, es una peripecia grandiosa de aquella historia. No será la última. En su corta vida, la República no ha inventado ni suscitado las fuerzas que la destrozan. Durante años, ingentes realidades estaban como sofocadas o retenidas. En todo caso, se aparentaba desconocerlas. La República, al romper una ficción, las ha sacado a la luz. No ha podido dominarlas ni atraérselas, y desde el comienzo la han atenazado. Quisiéralo o no, la República había de ser una solución de término medio. He oído decir que la República, como régimen nacional, no podía fundarse en ningún extremismo. Evidente. Lo malo es que el acuerdo sobre el punto medio no se logra. Aquellas realidades españolas, al arrojarse unas contra otras, rompen el equilibrio que les brindaba la República y la hacen astillas. En cierta ocasión escribí que entre los valedores de la República debía establecerse un convenio, un pacto como aquel que se atribuyó a los valedores de la Restauración. No me hicieron caso, es claro. ¿Por qué habían de hacérmelo? Hemos visto ya desde 1932 a ciertos republicanos conspirar con los militares; y a otros (los menos) desfogar su impotente ambición personal en una demagogia descabezada. Pero un régimen que aspire a durar necesita, necesitaba una táctica basada en un sistema de convenciones. Más lo necesitaba la República, recién nacida, sin larga preparación política, entre el estupor pasajero de sus enemigos tradicionales y la aquiescencia condicional, reticente, amenazadora, de algunas masas. Tenía que esquivar la anarquía y la dictadura, que crecen sin cultivo en España. Conocida la realidad, era indispensable el convenio táctico. No quiere decir engaño ni farsa. Por lo visto, nuestro clima no es favorable a la sabiduría política. La República, dando bandazos, ha venido a estrellarse en los abruptos contrastes del país…