8-M
Ha coincidido la prescindible jornada de reflexión electoral de cara al 9-M con el imprescindible 8-M (Día Internacional e Intergaláctico de la Mujer Trabajadora, Santa Josefa Obrera). Cae la efeméride en plena víspera del orgasmo (fingido) de la democracia, con un concreto partido de cuyo nombre no quiero ni acordarme haciendo trampas y jugando sucio hasta en el tiempo de descuento (como no se pueden publicar encuestas en España, “el periódico” más mamporrero del Gobierno publica una en su edición andorrana, que rima con lo que parece). ¿Cómo extrañarnos entonces de que se utilice el 8-M y la condición femenina (y la homosexual, y la transexual y la tal y la cual) para hacer política descarada y declaradamente partidista? Pero tengamos la fiesta (de la democracia) en paz. Sobre los que quieren la guerra porque la sangre derramada les resulta rentable, ni una línea. La publicidad que se la sigan haciendo los que les hacen el juego en los medios y por ahí.
Estábamos con lo del 8-M. Volvamos al surco. La mujer, que es la perdición de la especie (masculina), es a su vez su única salvación. En el pecado llevamos otros la penitencia. Y no es más inteligente que el hombre, pero sí más lista (como de aquí a Lima y vuelta de Perú), y más práctica o pragmática. Mientras otros vivimos todo el rato en las nubes, ellas tienen (casi) siempre los pies en el suelo. Elemental: son la madre tierra, la Pacha Mama verdadera. El secreto o la gran verdad del Universo está justo allí donde dijo el grosero, pero yo aquí no puedo escribir coño porque la directora del periódico me manda al cuarto de los ratones. Lo demás es adorno y literatura, incluso científica.
Otro término que ha puesto de moda la nada actual es el palabro “sexista”, que ya repiten como loros -venga o no a cuento- los que no saben lo que hablan, como una tal Ángela Bustillo, que dicen que dijo hace ahora justo un año que “es sexista que yo no pueda ser miss España [con perdón por el estúpido e innecesario anglicismo] por tener un hijo”. Le respondió a la simplonada otra mujer, Carmen Gallardo, en la mejor revista femenina (ni es feminista ni confina a la mujer a la cocina) que se edita en España y no la publica El País sino El Mundo: “Lo sexista es que en el siglo XXI se permita que las mujeres se presenten a un concurso de feria de ganado”. Insultantes certámenes de belleza, por cierto, presentados muchas veces por algunas despistadas que se reclaman como feministas y te llaman a ti machista si les señalas con el dedo esa clamorosa contradicción. Con estos renglones torcidos se ha escrito siempre la historia.
Asumo con tanta humildad como sentido del humor la mal ganada fama de machista que, a juzgar por habituales comentarios anónimos que algunas envían al foro digital de este diario o a la dirección del correo electrónico que apareje justo al final de esta columna, me achacan con tanta injusticia como falta de cintura -precisamente ellas- algunas sufridas lectoras que no me conocen bien (apenas de oídas... o de leídas, pues no todas leen exactamente lo que escribes y, como dice el canario viejo, lo entienden todo por la bragueta). Tanto me da que me da lo mismo, valgan verdades, y ni siquiera pierdo el tiempo en rebatir el error. Tremenda pereza. El que no quiere oír siempre es el más sordo.
¿Recuerdan el caso de aquel afamado y barbado columnista de El País Semanal, psicólogo con fama de progre hasta la médula y más enrollado que todas las cosas, que acabó en la cárcel por maltratar a su mujer, a la que estuvo a punto de pasaportar al otro barrio en donde no celebran ochoemes ni cosa parecida? ¿Y eso de que quienes más acusan siempre a los demás de crispar la vida política sean precisamente los reyes de la crispación? El doble lenguaje y la doble moral de los más feroces lobos disfrazados de inocentes corderos se adueña del escenario y del paisaje. Vale, hártate hasta el cansancio de sacarle rastrera rentabilidad política y electoral a la mujer (o al homosexual, al transexual y por ahí), pero entonces no la insultes, con la falsa excusa del lenguaje pretendidamente igualitario que sólo te iguala con el necio, llamándola concejala o edila, que son palabros tan ridículos y forzados como los que bien podría utilizar ella en defensa propia llamándote a ti concejalo o edilo, cacho bobo. (de-leon@ya.com).