Agustín
Un grupo político con presencia en el Cabildo (en este caso da igual las siglas del mismo) presenta una moción mediante la cual solicita a la institución que se nombre Hijo Adoptivo de Lanzarote al historiador e investigador Agustín Pallarés Padilla, nacido en La Oliva, Fuerteventura, allá por 1928, que se escribe pronto y fácil. Aunque no creo ni mucho ni poco en las distinciones oficiales, digo en este punto lo mismo que cuando se hizo otro tanto en el Cabildo con José Saramago: se lo tiene más que merecido, para mi gusto.
Siempre que escribo de él hablo de un hombre grande y un gran hombre. Al menos hasta donde uno lo conoce, aunque confieso al mismo tiempo que lo conozco muy poco. Mucho menos de lo que debería, probablemente.
Agustín Pallarés es un ilustrado autodidacta (o autodidacto, que también lo acepta el diccionario, aunque suene horrible), o un autodidacta ilustrado, tanto monta. Es un sabio sin Academia, que muchas veces son los más auténticos porque la vocación casi siempre es superior a la profesión (hay que recalcarlo ahora que hay tanto ágrafo con título, o tanto titulado indocumentado, como es triste fama).
Quienes saben de su sabiduría ganada a pulso la aprecian sinceramente, porque la gente suele ser agradecida con los que ponen todo su tiempo y su empeño en aprender con el único objetivo de enseñarlo después a los demás de forma tan desinteresada como apasionada, de regalarle a todo el que quiera aceptarlo lo que a él le ha sido tan costoso y hasta fatigoso investigar, ganándose en muchos casos el olvido -cuando no la total indiferencia- institucional, que ahora puede quedar reparado en parte con esa distinción, caso de hacerse finalmente efectiva.
Creo recordar que no le gusta a nuestro protagonista que le coloquen el don delante, pero también se lo tiene bien ganado, y no sólo por la edad. Él es un conejero de Fuerteventura, o un majorero lanzaroteño, que estuvo años ejerciendo en Alegranza de farista (palabra que le convence más que la de farero, aunque el DRAE sólo recoge y reconoce esta última). Y allí, en la soledad de la minúscula islita, tuvo tiempo para leer de todo y hasta para aprender otras lenguas, saber de otras culturas y empaparse de otras visiones distintas y distantes de la única "cultura" que se estilaba allá cuando la noche oscura del franquismo.
Pocos conocen como él de la historia, la prehistoria, la etnografía y la toponimia de Lanzarote. Y pocos como él se han encaramado a la cima de todas y cada una de las montañas de esta isla atlántica, cuyos nombres y datos de formación conoce al dedillo.
Es palabra de Eduardo Galeano: “Si aprendiéramos de la memoria todo nos iría mejor. Pero no: nos refugiamos en la nostalgia cuando sentimos que nos abandona la esperanza, porque la esperanza exige audacia y la nostalgia no exige nada. (...) Triste anda quien no se reconoce en la sombra que proyecta”. La sombra de Agustín es alargada, como su memoria y su trayectoria. Reciba de antemano mi sincera felicitación por ese merecido reconocimiento público que está al caer. (de-leon@ya.com).