Allá cuando chinijos (II)

El hombre murió en San Bartolomé en 1939, apenas unos días después de que acabara oficialmente la guerra civil española con la victoria militar de los sublevados o nacionales sobre los que defendían la causa republicana.

No dejó descendencia, al menos conocida o reconocida. Nunca se casó ni se cansó nunca de las mujeres: precisamente por eso no contrajo matrimonio jamás, para no engañar a la propia. Todo un ejemplo de coherencia y de honradez, si bien se mira. El recuerdo de la guerra y la sola posibilidad de verse algún día frente al altar le llegaba muchas noches en forma de sueños, que para él eran auténticas pesadillas, pues abominaba casi tanto de las guerras como de las bodas.

Cuentan en el pueblo quienes lo conocieron y trataron que, aunque tenía sus cosas y sus manías, era hombre de bien. Una persona de ley. Un tipo de palabra. Jamás engañó a nadie ni nadie fue nunca a pedirle cuentas por nada. Hasta donde se sabe, su único vicio eran las faldas. Las que pretendía, se sobreentiende, más que las que conquistaba. También él tenía derecho a sus sueños de seductor, como todo hijo de vecina.

No consta que estudiase en ninguna Universidad, como no fuera o fuese la propia de la vida. Pero gustaba de leer mucho y debía ser muy culto a su manera. Y sin embargo nadie le vio nunca un gesto de pedantería. No alardeaba de nada.

Ahora, décadas después de su muerte, se ha podido saber que además sabía escribir muy bien, con sobrada pericia literaria, probablemente adquirida tras años de muchas y muy provechosas lecturas. Y se constata igualmente que tenía un fino sentido del humor, que le permitía incluso reírse de sí mismo.

En las ruinas de la que fue su casa de siempre, sobre las que ahora se levanta un bloque de pisos, se acaban de encontrar unos libros de la época (dos novelas de Pío Baroja y una de Pérez Galdós, un ejemplar de La Biblia y las dos partes de El Quijote, más la apócrifa de Avellaneda) y unas libretas manuscritas, todas con su firma y su rúbrica al final. Algunas de las hojas de las libretas están ya casi inservibles, y apenas se puede leer nada por culpa del polvo o la humedad sobre el papel. Pero otras permanecen casi intactas, y en ellas se aprecia una escritura perfectamente entendible, con trazos muy grandes y limpios que facilitan la lectura.

El párrafo que se transcribe a continuación, copia literal de unos de los manuscritos de aquel hombre, retrata fielmente la ya mencionada fama de devoto de las mujeres que tenía el autor y ese sano sentido del humor del que hablábamos más arriba:

"Si es cierta la verdad científicamente comprobada, al decir de la mayoría, de que la mujer cuando dice NO quiere decir SÍ, puedo afirmar sin petulancia que soy el individuo más conquistador que ha pisado el planeta. Don Juan Tenorio o el mismísima Casanova, a mi lado, hubiesen sido simples aficionados. El NO femenino lo tengo yo asegurado de antemano. Cuando en aquel baile le pedí si la podía besar, ella me dijo que NO con una rotundidad más evidente que mi sonrojo. Por lo tanto, la besé, pues deduje, fiel a la aludida máxima, que estaba loca por mis labios. Y cuando ella vio que averigüé su verdadero pensamiento y su deseo verdadero de besarme disfrazado de un NO que evidentemente quería decir SÍ, me abofeteó, seguramente enfadada y dolida por haberle leído el pensamiento". (de-leon@ya.com).