Allá cuando chinijos (V)
Aquel viejo tuvo que ser un hombre muy despierto, aunque ninguno de nosotros tuvimos la oportunidad de llegar a conocerlo en vida porque cuando nacimos él ya llevaba muchos años muerto y enterrado. Los mayores cuentan de él que no creía en los curas ni en los médicos, y que repetía mucho una frase en forma de pareado que leyó o escuchó nadie sabe dónde:
-Dios cura y el médico pasa la factura.
No es seguro, o no está claro, que el viejo fuera exactamente un hombre muy culto o, “simplemente”, inteligente. La cultura la puede adquirir cualquiera, como es fama, pero con la inteligencia se nace: se tiene o no se tiene. Pese a todo, debía ser creyente, si hacemos caso a la mencionada frase que casi siempre tenía en la boca.
Salvo error u omisión involuntaria, tengo entendido que, hasta bien entrada la primera mitad del siglo XX, el único libro dedicado íntegramente al municipio de San Bartolomé de Lanzarote se publicó en 1935, justo un año antes de la guerra civil española. La obra se editó en Santa Cruz de Tenerife y ni siquiera fue distribuida o puesta a la venta jamás en la isla más oriental de Canarias, al menos hasta donde uno conoce.
Me contaron que el autor de aquel libro, otro lanzaroteño hijo también del mismo pueblo recolector de la batata, hizo las Américas y cuando sintió la magua de la tierra canaria regresó al Archipiélago pero no llegó nunca a su Lanzarote natal, puesto que desembarcó en Tenerife y allí, a las faldas del padre Teide, acabó sus días a la temprana edad de 43 años.
El modesto librito del que nunca más se supo reunía, bajo el título genérico y evocador de “Historias del Ajei”, una serie de hechos más o menos anecdóticos que se habían producido en el San Bartolomé conejero de los primeros años del siglo XX.
Entre otras, narra el autor batatero aquella escena real que tuvo como protagonista a un viejo vecino suyo que se encontraba postrado en la cama al borde ya de la muerte, por lo cual tenía a su derecha al médico y a su izquierda al cura. De súbito, el convaleciente se incorpora haciendo un gran esfuerzo y, en voz alta, habla con Dios:
-No tengo ninguna prisa en irme de este mundo, Señor. Además, no me parece a mí que yo le haga falta por allá arriba. Si necesitas uno bueno, aquí está el cura. Si necesitas uno malo, aquí tienes al médico. Yo tengo que seguir echándole de comer a las cabras...
Todo indica, en efecto, que el viejillo de San Bartolomé al que se hace referencia en la reseñada anécdota es el mismo viejo que ya queda dicho que era cualquier cosa menos necio. Hoy los pocos necios que quedan en el pueblo que ombliguea a Lanzarote se dedican casi todos a lo mismo, y hacen como que hacen por el municipio desde sus despachos oficiales y sus despechos personales. Más de uno pagaría por conocer la opinión que aquel anciano tendría hoy de todos estos que ahora se hacen llamar servidores públicos y que ni siquiera se ponen colorados cuando se califican de tales. (de-leon@ya.com).