Calor, calima y corrupción
Ha empezado a remitir en gran medida el calor que nos ha estado acompañando en los últimos días. Dios aprieta pero no ahoga, que dicen los que gustan de las frases hechas, que a veces no son ni medias verdades ni medias mentiras sino mentira y media. En caso de duda, cuéntale el chiste a los gomeros. Junto a la solajera y el viento, se retira de momento y hasta nuevo aviso la calamitosa calima, santa patrona de los que han hecho negocio del lavado de coches. “Ya me tiene caliente este calor, caballero”, dicen los viejos, que son siempre los primeros en sofocarse.
Se calman las altas temperaturas y se va el polvillo moro. Pero te apuesto doble contra sencillo a que seguirá habiendo poca visibilidad -por no decir nula- en la política diaria de esta pobre islita sin gobierno conocido. No es un mero juego de palabras, sino una contrastada y empírica realidad. La calima de estas últimas horas no es nada si la comparas con el turbión del Cabildo, Inalsa y por ahí seguidito. Una broma el polvo en suspensión, en efecto, comparada con la calima más negra y espesa que se vio nunca en ninguna parte, a la que ni siquiera hay que calificar de mora, marroquí o marroquina, como también la llaman los viejos de isla adentro. La verdadera calima oscurísima es conejera, partidista, pública o institucional, y tan espesa que, aparte de que se siente y se palpa en el ambiente los 365 días del año, se diría que puede cortarse con un cuchillo, de puro densa.
Aquello lodos de la democracia mal entendida trajeron estos polvos de la opacidad política. Ambiente enrarecido. Clima asfixiante. Y bochorno. Sobre todo eso, mucho bochorno. Pero a nadie le salen los colores... seguramente porque, como cuenta mi abuela (98 años recién cumplidos), el que no tiene vergüenza nunca se pone colorado.
NOTA AL MARGEN: Durante el pasado/pesado fin de semana, en Washington se celebró la tradicional cena anual que ofrece la Asociación de Corresponsales de Prensa en la Casa Blanca, que siempre cuenta con el presidente de turno como invitado de honor. George W. Bush, aparte de mostrarse tan chistoso como de costumbre (todos sus dos mandatos son un gran chiste... sección de humor negro), se atrevió además, ya metido a ejercer de payaso, a hacer como que dirigía la orquesta... y lo hizo tan rematadamente bien como cuando ha venido empuñando la batuta del (des)concierto mundial en el que nos tiene metidos a todos el más totorota de los presidentes gringos del que se tiene noticia. El prestigioso diario The New York Times declinó asistir al acto. ¿Motivo de su ausencia? Considera que una excesiva proximidad entre los periodistas y sus fuentes pone en duda la credibilidad de la prensa. Ejem... no miro a nadie, que ando cansado/hastiado de ver eso toda la vida por aquí cerquita. No estuve jamás en ningún desayuno, almuerzo o cena (de la inmoral modalidad del político que invita y el pueblo que paga), y no precisamente porque no me guste desayunar, almorzar o cenar bien, como a cualquier hijo de vecina. En esos pequeños detalles anida, escondida o agazapada pero muy mal disimulada, la corrupción en potencia. Se empieza con una “comida de confraternización” y se acaba... el espacio para esta columna. Otro día lo cuento. (de-delon@ya.com).