Capital del caos
Un buen/mal día le arrebató la capitalidad insular a Teguise, nunca se sabe si merecidamente o no. Y otro día, hace ya algunos lustros, pasó de ser capital a caos-pital lanzaroteña, esta vez con toda justicia en la designación. Capital de domingos desérticos y desangelados, donde todo el que puede huye de la ciudad fantasma, porque ésta tiene todos los inconvenientes de una gran urbe (aunque Arrecife aún no lo es, en el estricto sentido de la palabra) y ninguna de las ventajas de la misma (¿dónde está -un suponer- ese auditorio?). Dicen que Dios hizo el primer jardín y Caín la primera ciudad. Esta última, por lo tanto, nacía con el pecado original. Y así hasta hoy.
Quienes tenemos la inmensa suerte de vivir fuera de Arrecife empezamos a compadecernos, cada día un poco más (o como dijo el cursi: hoy más que ayer e infinitamente menos que mañana), de los vecinos de la bicentenaria ciudad conejera. Porque también quienes no vivimos en Arrecife (ni el Cielo lo permita nunca) sufrimos, de una manera u otra, su propio y creciente caos cada vez que caemos en la maldita tentación (casi siempre por trabajo; casi nunca por devoción) de "bajar al Puerto", como siguen diciendo los más viejos en San Bartolomé, distrito batatal.
Para mal de males, los conejeros nos hemos creído que estamos y nos movemos sobre una isla-continente tipo Australia o similar, y por eso ya nadie va a pie a ningún lado, sino que llega motorizado incluso hasta casi el interior de los establecimientos. Y así hemos llegado al colapso circulatorio actual, para negocio de los aparcamientos y de los aparcacoches que ni te aparcan el coche ni te lo vigilan ni leche machanga, como es triste fama.
Gracias a que ya está bautizada, Arrecife no es la cinematográfica ciudad sin nombre, aunque no tenga ni nombre lo que allí se ve, pero va camino de convertirse en la ciudad sin ley. Poquito a poco, sin prisas pero sin pausas (como le gusta a Enrique Pérez Pachorras), todo se andará. No dude nadie que todo lo que sea susceptible de empeorar empeorará. Para algo están los políticos, y esa promesa no escrita es la única que cumplen a rajatabla. Lo dice la ley de Santo Tomás: lo que está mal, peor se pondrá. Y también lo ha repetido toda la vida de Dios mi abuela (99 años la contemplan): “Eso no se aguarece, para mi gusto”.
“La mejor marina de toda Canarias”. Así afirman algunos optimistas, incluso los que no han salido nunca de Lanzarote, que es la de Arrecife. Vamos a dar por buena la leyenda. ¿Pero dónde está el paraíso que potencialmente podía ser la capital o caos-pital de esta pobre islita rica sin gobierno conocido? (de-leon@ya.com).