Cierra el grifo, Manuela
Mi corresponsal (“corresponsala”, según la lógica ilógica de Manuela Armas, puesto que es mujer como ella) en el Cabildo me asegura que la presidenta sigue recurriendo a ese infralenguaje políticamente correcto y gramaticalmente estúpido, muy propio para la sala de torturas, del que les hablaba ayer aquí mismo a cuenta de la clienta del periodisto. La corresponsala me lo cuenta por correo electrónico: “¿Escuchaste su discurso de investidura, Miguel Ángel? Perdí la cuenta de las veces que salió lo de ciudadanos y ciudadanas. Un martirio. Espero que sólo haya sido en el discurso oficial, que probablemente ni siquiera lo escribió ella, porque como siga repitiendo a todas horas esa letanía yo me mando a mudar del Cabildo, te lo creas o no”.
No, no tuve el placer (ejem...) de gozarme, como decimos los canarios incluso cuando hablamos de un entierro, el discurso de la toma de posesión o de investidura (“embestidura”, como lo llama un concejal de Cultura que yo me sé) de doña Manuela Armas Rodríguez. Y no porque me temiera o temiese nada de ella, en concreto, sino porque no hago caso jamás a discursos oficiales, generalmente (mal) escritos por el negro de turno, repletos de frases hechas y palabras huecas, como es triste fama. Pero me creo lo que me cuenta la corresponsala en la sala, porque es de confianza y hasta ahora nunca me ha colado faroles.
Manuela, en cualquier caso, no es causa sino efecto de un fenómeno que uno tiene ya más que visto y estudiado por aquí abajo. Me explico. Los políticos locales, si ustedes se fijan, tienden a creer que lo que dicen y cómo lo dicen sus respectivos líderes nacionales es algo que va a misa, aunque se trate de personajes que van de agnósticos, ateos, laicos o rojos/colorados como José Luis Rodríguez El Puma (Zapatero, quise decir). Un suponer: en la época del presidente Felipe González Márquez, los psocialistas lugareños repetían como loros el insufrible latiguillo “por consiguiente”, que afortunadamente ya pasó de moda; luego, con José María Aznar López en La Moncloa, lo de “mire usted” lo metían por delante todos los pepones conejeros y me lo plantaba a mí hasta la mismísima Loli Luzardo, a pesar de que siempre nos hemos tuteado, en confianza. Ahora manda y nos lleva proa al marisco ZP, que es el presidente peor hablado que hemos padecido en España en lo que llevamos andado de esta fraudulenta partitocracia (democracia, quise decir), como hemos podido comprobar todos estos días durante el debate sobre el estado de la Nación (o debate sobre el estado del Estado, como lo llaman los nacionalistas y algunos periodistas más despistados que aquéllos). De alguien como ZP, que tiene como autor de cabecera a Suso de Toro, ese pedazo de sectario y maniqueo intelectual que escribe con el culo (con perdón por lo de intelectual), y que imita a su vez la jerga de otro líderes regionales y nacionalistas como el lindacara que habla de “vascos y vascas” (vacas y vacos), no se puede esperar más porque tampoco es plan pedirle peras al olmo ni duraznos a la rama de batatera.
¿Por qué copian o imitan los correligionarios locales lo peor de sus dirigentes nacionales? Puro mimetismo, probablemente. Y algo de papanatismo también, claro, puestos a contarlo todo. Lo que viene de fuera, y además de arriba (desde las alturas del partido), siempre se da por bueno. En el caso de Manuela Armas tiene además la excusa añadida de ese otro fenómeno muy humano conocido en España, desde los tiempos de la expulsión de los judíos y otros “infieles”, como la fe del converso. El recién llegado a la casa y a la causa psoecialista quiere parecer tan o más socialista que el que lleva toda la vida en el partido. También ocurre aquí con algunos peninsulares recién llegados a las islas cuando se trocan en godos enterados que se apuntan a nacionalistas y se las dan de ser más y mejores canarios que los que lo somos de toda la vida de Dios, aunque no por ello convertimos ese accidente en ideario ni lo rentabilizamos políticamente.
El miedo de mi atenta corresponsal y confidente de confianza en el Cabildo a la insufrible matraquilla presuntamente igualitaria no es caprichoso ni arbitrario. Doy fe de que ese infralenguaje causa el mismo agobio que el goteo del grifo roto o mal cerrado, que no te deja pegar ojo. Crea desasosiego el saber que, más pronto o más tarde, inevitablemente, va a caer otra gota, que hará el mismo ruido que no es ensordecedor pero que se te cuela en el cerebro y se convierte en refinadísima tortura. Con el “ciudadanos y ciudadanas” ocurre lo mismito: te pones en tensión porque sabes que el lenguatrapo de turno te lo va a volver a repetir hasta el infinito.
Manuela, o cierras ese grifo como es debido o me quedo sin corresponsala en el Cabildo. Tú misma. (de-leon@ya.com).