¿Cine español?
En verdad les digo que a mí el cine de terror me aburre. Hablo del cine de terror actual, claro, si lo hubiera o hubiese, que tengo mis dudas. Lo que más que se pudo acercar a ese género fue una película centroeuropea de la década de los noventa del siglo pasado, cuyo nombre en inglés no quisieron traducir los perezosos y papanatas distribuidores españoles, así que no lo reproduzco aquí y ahora porque no me sale del teclado. La vi en varias ocasiones en distintos canales del Digital Plus de don Jesús del Gran Poder Mediático (Polanco para los amigos y demás personas piadosas), y era verdaderamente ingeniosa, dentro de su aparente simplicidad. Dejo al sufrido lector la posibilidad de adivinar el título por su cuenta y riesgo, si no tiene los mismos escrúpulos o manías anglofóbicas que el que esto firma. A los que acierten el acertijo les premiará su autoestima o cultura cinematográfica, que es el mejor galardón para estar a bien con el amor propio de cada uno.
Hecha la mencionada excepción (probablemente habrá alguna más que se me escapa, porque me trago muchas películas pero es imposible verlas todas), el cine de miedo de hoy causa espanto. En mi caso, en hablando del séptimo arte, lo único que me produce verdadero pánico son las películas españolas, que -con muy contadas excepciones- son ciertamente terroríficas, sobre todo las presuntas comedias o las supuestamente históricas (o sea, sobre la Guerra Civil, porque en España no hay más Historia, visto lo visto). Estas últimas, además, son siempre de un maniqueo que tira de espaldas: en tiempos de Panchito Franco los buenos eran los nacionales y los malos, invariablemente, los rojos; ahora el péndulo se ha ido justo al extremo contrario, y los malos malísimos son siempre los del bando azul, mientras que los inmaculados inocentes estaban todos en las trincheras rojas. Tanta corrección política produce arcadas. ¿Quién se cree a estas alturas esa película? ¿Quién se traga eso de que los de un bando eran todos terribles sanguinarios y los del otro eran angelitos de la caridad, o a la inversa? Sólo el que tenga un conocimiento muy limitado de la histeria guerracivilista española, o el sectario que no se despoja jamás de las anteojeras partidistas. Aquí seguimos nombrando mucho a Unanumo, a Baroja y a Ortega (e incluso a Gasset), pero casi nadie ha leído casi nada de ninguno, porque si en algo coincidió ese trío de intelectuales (allá cuando había intelectuales de peso) fue precisamente en denunciar los abusos, los crímenes y otros desmanes que se produjeron en ambas trincheras, como es triste fama.
En puridad, hablar de cine español es un contrasentido. “Contradictio in terminis”, por recurrir al latinajo. ¿Y eso por qué? Pues porque si es cine no puede ser español, y si es español no puede ser cine. ¿Hay excepciones? Ya queda dicho que sí. Aunque los cerebros más privilegiados de la cinematografía hispana se tengan que ir fuera para mostrar todo su talento, como los científicos patrios, que harlos haylos. Uno de esos “rara avis” es el paisano canario Juan Carlos Fresnadillo, que anda rompiendo las taquillas en la gran patria del cine, y cuya última película, “28 semanas después”, casi le ha echado la pata por delante al mismísimo hombre araña de los h...ilos. Ojalá sea verdad lo que cuentan y no paran los que ya la han visto: que la película de marras es de terror del bueno, y no el descafeinado, descerebrado y sangretomatero que hemos tenido que tragarnos en los últimos lustros.
Leo en las páginas de Cultura del diario El Mundo unas declaraciones del citado director Fresnadillo, que es un canario inteligente y antinacionalista (con perdón por la redundancia), con las que no puedo estar más de acuerdo (harto estoy de repetir aquí justo lo mismo en las últimas semanas; escrito está en la hemeroteca de este periódico): “Al cine que se hace en España le sobra victimismo”. Le faltó al canario completar la frase con un “y le falta talento”, o algo similar, que es lo que hubiese hecho redonda su certera sentencia.
Mientras tanto, los mal llamados titiriteros siguen a lo suyo, y han trocado el clásico “¡Silencio, se rueda!” en un constante e histérico “¡Silencio, se llora!”. Con sus lágrimas se lo coman. (de-leon@ya.com).