Cuatro concejales catetos

Mientras preparan sus guerras sucesivas (Vietnam, Irak y por ahí), los gringos suelen pregonar y presumir de que una de las excelencias del sistema político americano es que cualquiera puede llegar a ser presidente de la Unión. Y no hará falta que nos lo juren, dados los antecedentes y al actual e ilustre inquilino de la Casa Blanca (que también es mucho más pequeñita de lo que aparece en las películas; doy fe). En España, Zapatero le dijo el otro día lo mismito a Sonsoles, como si ella no lo supiera mejor que él. Es obvio que también aquí puede llegar cualquiera a presidente, como lo corrobora el otro caso egregio de don José María Aznar López, y hasta pueden ejercer de presidentes autónomos o autómatas personajes de triste recuerdo como el tal Ormaechea o el cuasi vitalicio Chaves en Andalucía. Nada les digo de Canarias porque no me cabrían aquí los ejemplos de políticos poco ejemplares que han pasado por la Presidencia del Gobierno regional.

Si en la Historia hizo España contribuciones importantes a la ciencia universal y al progreso de la Humanidad, desde el afamado autogiro de La Cierva al submarino de Isaac Peral, desde el uso de la radio como arma de guerra por Queipo del Llano en la guerra civil al uso de la caja tonta como experimento para la idiocia colectiva, por no hablar de las palabras que en español pasaron al lenguaje de todo el mundo, desde “guerrilla” a “paella”, desde “sangría” a “cuartelazo”, desde “toreador” a “siesta”, desde “quijote” a “don juan”, en los últimos años tampoco nos hemos quedado cortos en otros hallazgos y descubrimientos, y estamos a la altura de las circunstancias de nuestro pasado. Con el denominado “felipismo”, por ejemplo, se introdujeron unos usos y malas costumbres que pronto harían universales palabras tan nuestras como “pelotazo”, que vivió su pleno apogeo allá por la era del ministro de Economía de Carlos Solchaga, el navarro cabezota (con perdón por la redundancia), la Expo-92 y otros escándalos como el "caso Filesa" o el "GALimatías" del denominado terrorismo de Estado.

Ah, pero estamos en el "gobierno de las mayorías". O sea, la exageración de las estadísticas o de las matemáticas, como escribió el sabio argentino Jorge Luis Borges. Con ese sistema, en el país de los ciegos el tuerto nunca sería el rey (ni el presidente, ni el jefe ni el sargento semana), puesto que estaría en clara minoría. En el país de las moscas, la mierda (dicho sea con perdón) sería el plato nacional, elegido además por mayoría absoluta entre las moscas, que siguen siendo -en número- más que los humanos... e incluso más que los chinos, si nos ponemos a contar. Esto nos indica, en efecto, lo relativas que son también las mayorías. No está escrito en ningún sitio que cuatro tengan que saber siempre más que uno. Pon a cuatro concejales al lado de cualquier científico mediano y después me cuentas... (de-leon@ya.com).