Democracia machanga

El viernes, 15 de los corrientes, se cumplían exactamente treinta años (30, se dice pronto y fácil) de las primeras elecciones del actual sistema que llamamos democrático, porque nos encanta el autoengaño colectivo, que nos sirve de catarsis. Los medios han dicho, sin ruborizarse ni un fisquito, que toda España (sí, sí, toda) celebró la efeméride, aunque juro por mi honor -si lo hubiera o hubiese- que yo no he visto a nadie celebrando nada en la calle y por ahí. En puridad, nos enteramos del “feliz” cumpleaños por los propios medios de (des)información. Es decir, sabemos de esos aniversarios o los correspondientes Días Internacionales del Baifo Mocho o similares gracias a la vara y la tabarra que nos dan los propios medios, que son almanaquientos por definición, como es triste fama, y suelen ir ayunos o huérfanos de mínima originalidad.

La que manifiesto no es una impresión únicamente personal. Es minoritaria, de acuerdo, pero la comparten mejores plumas que la que maneja quien esto firma. Por ejemplo, Raúl del Pozo, que el mismo viernes o día de autos escribía al respecto en El Mundo tal que así: “Los periódicos han inventado el aniversario del 15-J para prevenir la amnesia, porque muy pocos se acordarán de lo que hicieron aquel día de junio de 1977. La memoria es una gran artista y también manipula la nostalgia. En realidad, aquella revolución democrática se hizo en los restaurantes”.

Con no menos razón y verdad escribía el mismo día en el mismo periódico el crítico de televisión y cine Carlos Boyero: “Qué manía tan cansina con la celebración colectiva de todo tipo de aniversarios y onomásticas históricas. Cualquier pretexto sirve para dar la interminable brasa en todos los medios conmemorando y homenajeando la trascendencia en nuestras vidas actuales del tiempo pasado. Ahora le ha tocado a los 30 esplendorosos años de la dichosa

Transición, a la primera vez que nos permitieron aquella cosa tan insólita de meter tu voto en una urna para encargarle a un partido político que vele por tu futura felicidad”.

No tuvo que esperar Boyero a que transcurrieran 30 para olerse o maliciarse de antemano que estábamos ya ante una democracia cojitranca, ante una farsa monumental, y por eso ni votó en aquella ocasión ni lo ha vuelto a hacer luego, ahora que es más fácil constatar que el sistema está viciado y bichado. Así lo describe: “Me esfuerzo en evocar algo concreto de aquel 15-J, pero sigo sin tener ni idea de qué hice aquel día o de cómo me sentía. Lo único que tengo claro es que no le di mi voto a nadie para que representara mis anhelos y mis derechos. O sea, como siempre, como ahora, con una lamentable ausencia de conciencia cívica, con irracional aunque irrenunciable escepticismo ante la clase política”.

Yo tampoco voté en aquellas primeras elecciones que llaman graciosamente democráticas. Pero no por las mismas razones que Carlos Boyero, sino por el hecho elemental de que era apenas un chinijo y no tenía edad para acudir ante las urnas. Ahora que ya tengo esa edad de sobra, lo que no tengo son ganas de perder el tiempo ante la transparente urna de cristal, que es lo único transparente de este sistema desnaturalizado y trocado en mera partitocracia. (de-leon@ya.com).