El día de la marmota acampada

Todo el mundo, menos una amiga cinéfila que conozco, cree que la película que en España se tituló “Atrapado en el tiempo” se llama en realidad “El día de la marmota”. Hasta yo, que de cine sé algo más que Pedrito Almodóvar (modestia aparte), hubiera o hubiese jurado que el título en español era el segundo. Pero todo tiene una explicación elemental, según la entendida o enterada de marras: aparte de que la película gira en torno al denominado Día de la Marmota (que no es la fiesta de Manuela Armas, aunque también se la pase durmiendo en el Cabildo), en Hispanoamérica se tituló tal que así, porque allá tienen la incomprensible costumbre de hacer una traducción literal, mientras en España o no se traduce el título porque es muy complicado (como “Traffic”, ya ves tú qué difícil) o el traductor se convierte en traidor, hace un alarde de imaginación que ya se podía ahorrar y convierte una cinta originalmente llamada -un suponer- “Butch Cassidy and the Sundance kid (Butch Cassidy y el chico Sundance) en “Dos hombres y un destino”; “On the waterfront” (En el muelle) en “La ley del silencio”; “High noon” (Pleno mediodía) en “Sólo ante el peligro”; o “Scarface” (Cara cortada) en “El precio del poder”. Cada día tengo más claro que hay gente que perdió muchas más clases de inglés que yo, como de aquí a London.

Hago referencia a “El día de la marmota” (digo, a “Atrapado en el tiempo”), porque la misma sensación de estar viviendo en un infinito bucle temporal que acucia al protagonista padecemos quienes nos movemos en los medidos de comunicación LOCA-les, en donde la reiteración cíclica de determinadas noticias nos lleva a una especie de “Déjà vu” colectivo. Un ejemplo: lo de las acampadas playeras. Ya habrán leído en este mismo diario digital y tal lo de las sanciones impuestas a los campistas de La Santa, que son el demonio. A idéntica noticia, idéntico comentario al respecto: Con el calor llegan los campistas. Y en agosto se arregostan. No falla nunca desde que se puso de moda la bobería. Tal parece una ley natural. Pero, bien mirado y analizado objetivamente, es lo más antinatural del mundo y parte del extranjero, pues va contra la propia naturaleza, o lo que los más redundantes llaman el medio ambiente, como si el medio y el ambiente no fuera o fuese la misma vaina.

Con el estío la estupidez aumenta, como es triste fama, y llega, pareja y aparejada al solajero que derrite las seseras, la matraca anual de las acampadas (“camping” en inglés o en el infraidioma de los malditos traductores/traidores que citábamos en el primer párrafo). Al respecto de estas acampadas playeras, sigo convencido de que estamos ante un falso debate, por más que dé mucho jugo y juego a los medios de comunicación, que agradecen que estos asuntos recurrentes en plena canícula. Nunca entenderé, por más años que viva, qué hace un conejero en pleno siglo XXI, verano de 2008 (no hagan rimas), acampado varios días, semanas o meses frente a la playa, disfrutando de las incomodidades de la naturaleza. El que menos tiene aparca dos coches frente a su casa, o dentro, si posee garaje propio, y lo más lejos que puede estar un lanzaroteño en su isla de la playa más cercana son diez o quince kilómetros, a todo meter o a todo matar. Puede prescindir incluso del coche y ejercer el sano ejercicio de caminar, que es el secreto de la longevidad, como saben y aconsejan los más viejos del lugar: “Poco plato y mucho zapato”. En los continentes, en la Península española y por ahí se puede entender y hasta disculpar todavía la afición por la acampada playera, pero en una cagadita de mosca en la geografía planetaria, como la del famoso chiste de Pepe Monagas, no tiene explicación lógica, salvo la de la pura novelería o ese mimetismo tan propio de primates cuyo único Mandamiento se resume en la afamada máxima filosófica del “culo veo, culo quiero” (y sabe el Cielo que culos apetecibles haberlos haylos, puestos a contar toda la verdad).

Los más hipócritas del lugar se llevan luego las manos a la cabeza ante la evidente y apestosa suciedad en la que quedan las playas o zonas de acampadas, culpa de estos domingueros de la caravana y la caradura antihigiénica y antinatural. Insostenible turismo de toletes, para mi gusto. (de-leon@ya.com).