Ignorancia en exclusiva y en primicia

Tuve conocimiento el pasado lunes de la desaparición de la muchacha dominicana gracias a un correo electrónico y unas fotografías adjuntas que me enviaban amablemente desde la Asociación de Uruguayos en Lanzarote a la dirección que aparece al final de esta columna. Fue la primera y la única noticia limpia o totalmente aséptica (sin añadidos, sin aditivos, sin colorantes, sin ganas de apuntarse ningún tanto) que he tenido al respecto. Luego, sólo he escuchado ruido. Y verduleras intentando vender como fresca y auténtica una mercancía fraudulenta, desnaturalizada y escandalosamente amoral. Por poco aficionado que seas al cine negro, habrás comprobado que lo que más entorpece cualquier investigación de cualquier delito no son en ocasiones ni los propios delincuentes ni la torpeza policial (que haberla hayla también, sobre todo cuando se anda tan escaso de recursos). Para dar con el culpable, un obstáculo principal es la prensa. La mala prensa, quiero decir.

Por no coincidir, y aunque sea una cuestión menor y casi anecdótica, los medios no se han puesto de acuerdo en esta ocasión ni con el nombre de la pobre infortunada. Más confusión añadida. Hasta El País se columpió en esta ocasión y se precipitó al dar por buena una noticia que no era tal, pues no estaba contrastada ni confirmada.

Mientras voy en coche escucho a unos que hablan de la trágica noticia de la semana en la isla orillando la misma, menospreciando el hecho de la muerte de la joven y privilegiando que era la emisora de marras la que había dado la información en exclusiva. “Como adelantamos aquí en primicia informativa”. Como loros, los palabros “exclusiva” y “primicia” regurgitan en las bocas desbocadas hasta la saciedad, dejando claro de paso que los lenguaraces no terminan de diferenciar una cosa de otra. Pero, flagrantes ignorancias etimológicas al margen (no pidamos peras al olmo ni duraznos a la rama de batatera), los “contertulianos” (juro que le oí a uno de ellos calificarse tal que así) se habían olvidado absolutamente de la tragedia no más citarla al principio como excusa para iniciar el autobombo. ¡Y si al menos fuera verdad lo de la supuesta primicia o lo de la presunta exclusiva! En apenas unas horas, todas las que se vendieron como tales se fueron cayendo por el camino, incluso las publicadas en medios teóricamente muy serios y prestigiosos como el mencionado El País, que al menos tuvo la vergüenza torera (hay que decirlo todo) de colocar al ratito una fe de error (que no de errata, que no es exactamente lo mismo).

¿Qué le importa al oyente/lector, en general, la truculenta exclusiva de unos o la falsa primicia de otros? Frase hecha: lo importante no es llegar primero sino saber llegar. Y llegar sin atropellar a nadie con las prisas, los excesos, los “adelantos informativos” que finalmente no son tales y quedan en simples o simplones patinazos. Gabriel García Márquez también ejerció durante años como redactor de sucesos (léase su magistral “Relato de un náufrago”), y se lo tiene dicho y repetido a sus alumnos de Periodismo: “Lo importante no es contarlo antes, mis niños, sino contarlo bien”.

Vete y presume luego de tu hallazgo periodístico, si lo hubiera o hubiese, con tu compañero en la barra del bar. Restriégaselo por el hocico. Jáctate en buena lid, pero no se lo cuentes a la audiencia potencial, pues a ésta le trae al fresco quién lo vio o lo contó antes. No es de buen tono hablar de primicias o exclusivas propias (las ajenas puedes citarlas, y así demostrarás elegancia y nobleza en la brega). Bien mirado, es incluso ridículo, además de petulante. Y muy feo cuando se obvia, en esa guerra mediática/mediocre, que se está hablando de la muerte violenta y a temprana edad de una persona. No cabe apuntarse tantos cuando hablamos de una tragedia familiar. Los libros de estilo de los medios teóricamente serios desaconsejan esa estúpida jactancia (El País, The New York Times, The Washington Post y por ahí). Ni en el Correos de Villaconejos de Abajo queda bien tan pueblerina petulancia. No te digo más.

Otros, que cobran más que los ministros por dirigir una televisión pública que nos avergüenza a todos los canarios, han presumido de liderar audiencias a costa del dolor ajeno. Y ahí hay que repartir las culpas entre el que vende pornografía de los sentimientos y quienes la compran (es decir, la ven). La mayoría de los medios dieron por buena la primera versión en forma de sospecha de que la chica podía estar secuestrada y ejerciendo en algún prostíbulo del sur lanzaroteño, porque era lo que les habían dicho a la desesperada familia alguna vidente que sólo vio claro el negocio, incluso a costa del dolor. Como tantas otras versiones posteriores, también aquélla era falsa, aunque todavía sigo sin entender cómo pudo ningún periodista hacer caso ni por un segundo de la misma, aunque verdad es también que tampoco están libres de culpa los medios cuando hablamos de la venta de superchería y del alimento de la superstición (¿cuántas veces pudiste leer o escuchar este martes que era “martes y trece”?). ¡Cuánto dolor añadido e innecesario a los que ya iban sobrados de desgracia! ¡Cuánta falta de delicadeza con los que convierten la tragedia o el infortunio en circo de liderazgos de audiencias y falsas primicias informativas que no han informado de nada! El espectáculo no ha sido precisamente edificante, para mi gusto, y un baño de humildad de vez en cuando no nos vendría mal a todos. (de-leon@ya.com).