J.R. en la cárcel
Meses atrás, a poco de iniciarse el año en curso, la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo condenaba al anterior alcalde de Haría, antiguo senador por Lanzarote y ex director general de Trabajo del Gobierno de Canarias (distintos cargos desempeñados casi todos en distantes partidos políticos, de ideología incluso diametralmente opuesta), a tres años y seis meses de cárcel por un delito de falsedad en documento público. Ahora toca hacer efectiva la condena, y Juan Ramírez Montero está a punto de convertirse en otro destacado político conejero que pasa por la cárcel de Tahíche, no precisamente en visita oficial. No ha sido el primero que cumplirá condena allí. Pero tampoco será el último. Muy pronto le acompañarán otros que compartieron con J.R. idénticos cargos y siglas.
No, no hay que hacer leña del árbol caído o del que está punto de derrumbarse definitivamente. El Cielo nos libre de caer en tamaña tentación, tan humana, tan profundamente periodística. Pero tampoco hablamos a toro pasado o por una concreta sentencia judicial. Los habituales de esta tribuna lo saben de sobra. Y saben cuál es el retrato que siempre hemos ofrecido aquí, desde hace lustros, del tal Juan Ramírez (“don Juan Ramírez”, como acostumbra a llamarse él mismo a sí mismo, de forma tan repetida y constante que te hace sentir vergüenza ajena cuando lo escuchas). He escrito siempre que J.R. no ha sabido/podido disimular nunca su único proyecto político: él mismo. Si para eso había que pasar por todo el arco ideológico, él se pasaba la ideología por el otro arco del triunfo. Y así lo hemos visto peregrinar por el PSOE, Asamblea Cojonera (conejera, quise decir), Coalición Canaria, Partido Popular, CCN... y lo que le echen. La culpa nunca fue suya, sino siempre de quienes recibían con los brazos abiertos tamaño fichaje.
Como es triste fama, Juan Ramírez pertenece al torpísimo club de los que hacían constante ostentación de su riqueza, adquirida casi toda ella coincidiendo con su ejercicio en los cargos públicos ya reseñados. Y, aparte de hablar de sí mismo en tercera persona y de blasonar títulos que no poseía (como el de letrado, un suponer), se jactaba incluso de lo que llamaba “mi equipo de abogados” cada vez que amenazaba o le amenazaban a él con los tribunales de Justicia. Otra prueba del ufano mal estilo y la falta de clase de los nuevos ricos.
Pero no le neguemos los méritos que también ha atesorado el ex alcalde que salió rico del Ayuntamiento más pobre de la isla. En él se encarna a la perfección el político que mejor se trabajaba la manipulación de los más viejos del lugar, hasta tal punto que en Haría, durante el ramirato, se hizo popular la frase “Los viejos están de viaje”. Luego lo rentabilizaba o amortizaba en las campanudas campañas electorales de allá cuando atábamos los perros con ristras de chorizo de Chacón, cuando se encargaba de llenar guaguas y más guaguas de viejos para hacer de relleno en mítines, garbanzadas y por ahí seguidito. Una vez viajados y comidos, a los cientos de ancianos se les atontaba al modo y se les lavaba el cerebro para que acudieran a votar como autómatas, muy de mañanita, el domingo electoral a las siglas en las que estuviera estuviese militando esa temporada Ramírez Montero, el verdadero inventor, o al menos el mejor continuador, de la política-excursión.
Y tanto viaje para acabar en Tahíche (cárcel de)... (de-leon@ya.com).