Justo
Los políticos, los partidos o las grandes empresas no buscan una buena persona que parezca un hijo de puta, sino un hijo de puta que parezca una buena persona. No te cuento nada que ya no sepas. También sabes que en la justicia siempre hay peligro: o por parte de la ley o por parte de los jueces. Por parte de los políticos, con Jean Jacques Rosseau más que muerto y enterrado (Alfonso Guerra dixit), ni te cuento.
Con respecto a la inmensa traquina de la Justicia, en la que confieso humildemente que no creo ni mucho ni poco sino todo lo contrario, me supongo o quiero creer que doctores debe tener esa concreta iglesia. Pero dicen los que dicen saber de la cosa jurídica o judicial que con la todavía reciente entrada en vigor del nuevo Código Penal y la puesta en práctica de los jurados populares (como en las películas de los gringos, aunque el experimento ya lo hicimos también en España, allá cuando la República), el sistema judicial español alcanza la mayoría de edad propia de una democracia consolidada. Píquemelo usted menudito, cristiano, que lo quiero para la cachimba. Una vez aceptada la letra del nuevo Código Penal con los viejos vicios, faltaba que sonase la música, que de momento parece desafinada, visto lo visto hasta hoy. En esa gran orquesta que componen el poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial se intenta en teoría que todos coordinen y que no se enreden entre ellos. Mira las últimas noticias y échate a descansar (o a reír), que todo está controlado.
Incluso el mismísimo Gobierno de don José Maria Aznar López se comprometió en su día y momento a desarrollar el texto heredado de la etapa psoecialista, que por aquel entonces no apoyaron ni votaron, por cierto, los pepones cuando eran todavía carne de oposición (banquillo al que ha vuelto y sigue calentando Mariano Rajoy, que ejerce de gallego y no termina de decir si se marcha, se queda o lo echan). Avisaban entonces los más enterados de la cosa que nadie debía regatear esfuerzos porque, como se reconoce a su vez desde los distintos estamentos implicados directamente en la aplicación cotidiana de la justicia, el nuevo Código de marras arrancaba con una infraestructura excesivamente frágil (o fragilona, por decirlo en canario). Los juzgados, las cárceles y las comisarías ya están comprobando, en estos primeros años de pruebas piloto en la ejecución de las nuevas leyes, que sólo se aprende sobre la marcha y con la práctica. Para empezar, juristas y policías reconocen que los cursos de adaptación realizados en las vísperas fueron insuficientes, aparte de que no se les ha dotado de todos los medios necesarios, y así se ha llegado al colapso en el que andan metidos tantísimos juzgados, como veíamos la pasada semana en un esclarecedor reportaje publicado en la prensa nacional.
Pero no acaban ahí las dificultades. Este Código Penal que está aún estrenando traje incluye delitos de nuevo cuño (un suponer: manipulación genética e informática, acoso sexual, liberación de residuos radiactivos, apología del genocidio, y demás inminentes pecados), para los cuales aún no se han formado ni informado como manda la ley (nunca mejor dicho) a las fuerzas de seguridad. El Código del siglo XXI sustituye a una norma anterior que ya había venido siendo parcheada a su vez desde su primera redacción, ya centenaria. Hubo tiempo sobrado para prevenir precipitaciones. Pero este país no sería el que es si la chapuza no hace acto de presencia allá donde quiera que se ponga un político a legislar. Seguimos en pleno período de transición hacia la democracia, aunque muchos se autoengañen pensando que aquel proceso ya se superó (felizmente, dicen), y acabamos de enterrar incluso uno de los cadáveres gloriosos de la época: el de Leopoldo Calvo Sotelo. Las cosas no son así, pero así nos las están contando. (de-leon@ya.com).