Leticia, sospechosa

El Servicio de Inteligencia Español, que haberlo dicen que haylo y que ahora, para pasar desapercibido, se hace llamar Centro Nacional de Inteligencia (CNI para los amigos y demás personas piadosas), ha estado investigando las idas y venidas de una sospechosa mujer que responde al nombre de Leticia Sabater, a la que no tengo el gusto de conocer porque no trabajo en el espionaje patrio. Dice la prensa que la muchacha viene siendo una presentadora de televisión (empezamos mal), y que ha sido la peor amiga de una mujer (o sea, otra mujer) la que ha sacado a la luz lo que hasta ahora estaba considerado altísimo secreto o información confidencial y reservadísima. La chivata viene siendo una agente despechada (no confundir con despecherada, que ésa es la que va a pecho descubierto por la playa), porque de último en el CNI no ganan para agentes dobles y dobles sablazos intramuros de la Central de Inteligencia justita.

En hablando de pectorales, resulta que los de la sospechosa son sospechosamente ingrávidos. “Cuate, aquí hay tomate”, han pensado los émulos de la T.I.A. de Mortadelo y Filemón. Ha escrito Ignacio Camacho en ABC que “la neumática presentadora se relacionaba en la época de la investigación con un empresario asturiano apodado Morgan. Un tío al que llaman Morgan tiene que ser, por definición, sospechoso de algo. Aunque sea de beneficiarse a Leticia Sabater, que ya tiene delito. Pero la capacidad de desestabilización del Estado [por parte de Leticia] se antoja inversamente proporcional al volumen de sus implantes de silicona... y al destilado intelectual de sus sistemas neuronales”. En esto último ya no me meto porque ya digo que no tengo el gusto de conocer al personaje, que al menos escribe su nombre en su propio idioma (con c, en cristiano castellano, no en italiano como hacen otras), aunque es verdad que el Sabater de su apellido se escribe con b de burro y no con v como el vasco Fernando Savater, el filósofo que sabe por propia experiencia que nacionalismo e inteligencia son antónimos, términos contrarios, como aquel chiste que hacía su paisano Pío Baroja sobre el pensamiento navarro (“Si es pensamiento no puede ser navarro, y si es navarro no puede ser pensamiento”).

La otra escandalera del verano la ha protagonizado otra Letizia, la que escribe su nombre con z para ir dando (mal) ejemplo. El papanatismo es lo que tiene, como es triste fama. A esta última la han retratado en biquini y, claro, semejante acontecimiento tenía que provocar el tsunami periodístico consiguiente, aunque a algunos se nos escape el motivo de tamaño y presunto escándalo. Hasta los grandes y más reputados columnistas de la prensa seria se han ocupado del gran notición, tal que Martín Prieto, que acaba de retratar al óleo a la princesa periodista (o a la inversa) con dos gruesos trazos de su afilado teclado: “La Princesa tiene la suerte de poder tomar el sol desnuda o bañarse en el mar como Dios la trajo al mundo, porque pese a ser multípara es escurrida de caderas, breve de senos y huidiza de culo. Isabel II tenía morbo, pero Leticia sólo belleza, y el punto anoréxico de la emperatriz Sissí”. Una sosa soporífera esta última, por cierto. Los sacos de huesos, me huelo, sólo son del gusto de los homodistos que odian a sus principales rivales -las mujeres- y que dictan (nunca mejor dicho, porque de pura dictadura hablamos) las modas, esa única cultura de los que no tienen ninguna otra cultura que llevarse a la boca. (de-leon@ya.com).