Lola, la machona
[La que sigue es otra entrega de la serie “Allá cuando chinijos”, a sugerencia de los más sufridos lectores de esta tribuna que reclaman de tarde en tarde más capítulos, en empírica constatación de que el masoquismo es infinito]
Es un viejo dicho canario que las madres, abuelas, hermanas, amigas o tías le repetían años atrás a las chinijas más rebeldes: “No seas machona, muchacha, que las niñas con los niños huelen a mierda de gallina”.
Cuando estábamos a punto de saltar al campo de juego (por llamar de alguna manera aquel terreno repleto de piedras, hoyos, polvillo y aulagas), Néstor llegó corriendo como un desesperado y, todavía casliando como un perro y casi como si fuera a anunciar el Apocalipsis o “la fin del mundo” (la gente mayor lo dice así, en la machista convicción de que todos los males han de ser necesariamente femeninos), anunció como pudo la mala noticia, con la respiración entrecortada por el sobreesfuerzo físico del carrerón:
-Lola quiere jugar con nosotros... ¿Ustedes oyeron? La tipa nos quiere fastidiar los partidos.
Peor noticia que aquélla era inimaginable, ciertamente. Salvo que se tratase de una broma, claro. Pero bien sabíamos todos que esa muchacha enralada no se andaba nunca con boberías y que era más terca y trompetuda que la mula de su abuelo. Ella tenía a quien salir (a la mula, se sobreentiende, no al pobre viejo, que no debía culpa de que su nieta fuese como era).
-Aquí no juegan chinijas -contestamos todos a una sola voz, como conjurados.
Lola, en efecto, se pasaba todo el santo día de Dios machoniando/machoneando. Nunca se la vio jugar con las chinijas a las casitas, al teje, la soga o el elástico.
-Yo no estoy para esas boberías aburridas -respondía, invariablemente, cada vez que le sugeríamos, cuando se venía detrás de nosotros, que se fuera a jugar con las niñas. Y el que insistía en el consejo corría el serio peligro, además, de que ella lo terminara mandando a jugar a las casitas, la peor de las afrentas posibles, “porque a ti se te da mejor que a la muchachas”.
-Pues si ella juega con nosotros, yo me voy de este equipo -advirtió el que no era precisamente nuestro mejor fichaje, puestos a contar verdades.
-Hombre, peor que tú no creo que juegue... -dijo alguien que no quiso dejar escapar la oportunidad y el chiste fácil que le había puesto en bandeja el que no iba para futuro jugador del Barcelona, precisamente.
Y entonces llegó Lola. Y jugó. Sobre todo porque fue la única del grupo que se había acordado del pequeño detalle de traer un balón. Como mal menor, la colocamos en el puesto que nadie quería ocupar nunca: la portería.
Terminaba el partido jugado contra una sola portería (la que defendía la extrañamente eficaz guardameta) y ningún jugador había logrado hacerle aún ni un mísero gol a aquella muchacha cabezuda, a lo peor porque estaba muy gorda y apenas dejaba huecos para meter por algún lado el balón de plástico duro y grueso. Pero cuando ya estábamos a punto de dar la empresa por imposible, Néstor le soltó un puntúo al esférico -como llaman al balón en la radio- y marcó un golazo por toda la escuadra. Ella le dio después una torta por toda la cara.
-Ahora ya estamos empatados -le dijo Lola al goleador.
Nunca quedó muy claro si fue que nosotros no volvimos a jugar con ella, o si fue que ella no volvió a jugar con nosotros. Con esa duda existencial nos iremos todos los integrantes de la pandilla a la tumba. (de-leon@ya.com).